Grandísima e influyente película de tintes negros sobre la
mitología hollywoodense (en la línea de Cautivos
del mal) que, además, escenifica las exequias del cine mudo tras el paso al
sonoro. Un guionista en horas bajas (al que da vida un William Holden también
en horas bajas), que es perseguido por sus acreedores, conoce accidentalmente a
una vieja estrella del cine, la diva y desequilibrada Norma Desmond (Gloria
Swanson), que vive aislada del mundo moderno en su barroca mansión de Los Angeles y se encuentra protegida
por Max, su misterioso mayordomo (un tremendo Eric Von Stroheim, en un papel de
grandes resonancias personales y profesionales). Egos desmedidos, ambición a
prueba de arrepentimientos y enfermedades mentales para una historia
técnicamente brillante, de una profundidad humana admirable y narrativamente ejemplar
(aún a costa del retruécano de hacer
de un cadáver el narrador de la historia). El guión es del propio director, Billy Wilder,
escrito a dos manos con su fiel Charles Brackett, en su último trabajo juntos.
Espectacular escena de inicio, con esa imagen desde el fondo de la piscina
que ha pasado a la historia del cine (obra del director de fotografía de Perdición, John Seitz) e icónico final,
con una Swanson soberbia en su última actuación. Sin embargo, el
romance entre Holden y la joven aspirante a guionista parece trucada, la
conclusión se muestra también un poco atropellada y, además, la puesta en escena
del despecho final se revela ciertamente forzada. Los estudios de la Paramount, Cecil B. De Mille, Buster Keaton y otras estrellas del cine mudo aparecen por el metraje imprimiendo (con
su incontestable presencia) veracidad y crédito a este ácido retrato de la
industria del cine y de algunas de sus obsesiones, especialmente del éxito
asociado a la juventud. Una película especular, donde el cine emula a la vida y
la vida imita al cine, en una cadena circular y decadente.
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