sábado, 31 de diciembre de 2016

Mis 5 revistas de cine españolas imprescindibles:


-       SoFilm.
-       Dirigido Por.
-       Cine-Bis.
-       Exhumed Movies.
-       2.000 Maníacos.

Viernes 13 4 parte: último capítulo (Aka Friday the 13th. The Final Chapter)

2*

Justo un día después. Sí. No ha pasado más que un día desde los acontecimientos mostrados en la tercera parte y Jason ya vuelve a hacer de las suyas en esta cuarta entrega de la serie. Tras el típico resumen pre créditos, comienza el festín de adolescentes, hormonas y sangre. En la tercera parte, Jason, ese alma torturada, es eliminado con su misma medicina: un machetazo en la cabeza le dejó seco en una granja cerca de Crystal Lake. En esta entrega, Jason es trasladado a un hospital y, al poco de llegar, resucita, sale del hospital y regresa a Crystal Lake para acosar al típico “hatajo de cachondos”, entre los que se encuentra Tommy Jarvis (Corey Feldman), un adolescente admirador de los efectos especiales que vive con su madre y su hermana en una casa cerca de Crystal Point. Por cierto, años antes, Feldman apareció en Los pasajeros del tiempo en un brevísimo personaje que se llamaba Jason. Joseph Zito, el creador de ese clásico slasher que fue The Prowler, agarra un presupuesto limitado y con una rusticidad narrativa aplastante, regala al espectador un nuevo cóctel de sexo gratuito, desnudos, violencia explícita y esos gotarrones de sangre propios de la saga. Algo que, por otra parte, ya había rodado en la oscurísima Bloodrage, de finales de los setenta, aunque con un toque argento. Lo demás, diálogos absurdos (atención al que tienen Crispin Glover y su acompañante en el coche), saltos de escena execrables y unas interpretaciones de casting deshechado de teleserie, aunque la sorpresa y el efecto de maquillaje finales dejan un relativo buen sabor de boca.

 

viernes, 30 de diciembre de 2016

Interludio de amor (Aka Interlude)

3*

La joven Helen (June Allyson), de Philadelphia, recala en Munich para trabajar en la Casa de América. Durante su estancia en la capital Bávara, Helen se encontrará con un novio de esos que la familia te hecha desde jovencita (y que tú consideras tu amigo) pero, también, conocerá a un impulsivo y exitoso director de orquesta, Tonio Fischer (Rossano Brazzi). Durante breves y románticas escapadas, Helen se enamorará del músico, y viceversa, sin saber que su amor es, digamos, como el “do de pecho”: solo al alcance de muy pocos. Como si de una sinfonía se tratara, Sirk vuelve a su país de origen para rodar uno más de sus excelentes y eternos melodramas, con puntos de contacto con Rapsodia, de Charles Vidor. A lo largo de varios movimientos musicales, la narración va siguiendo, acompañando, subrayando los distintos vaivenes del amor, hasta la coda final, en la que se recupera el tema inicial, el motivo “musical” con el que comenzaba la obra. Un final en clave mayor, por tanto, que hace sentirse en casa a los protagonistas y, con ellos, también al espectador. Sirk rueda, así, una especie de guía de viajes para la secretaria o para el ama de casa USAmericana de los cincuenta, para que no se deje deslumbrar por la pasión y por el arte de la Vieja Europa y para que no olvide que “su hogar, su verdadero hogar”, está allá donde atracó el Mayflower. Hermosa fotografía, fascinante composición de planos y diseño de secuencias, pulido vestuario, sofisticada producción y bella música: en fin, lo de siempre en la filmografía del gran, y no suficientemente valorado, Douglas Sirk. Por cierto, en 1968, Kein Billington rodaría un remake de lo más estimable y disfrutable y con una BSO, de Georges Delerue, ciertamente emotiva.

4, 3, 2, 1... morte, aka mission stardust (Aka Órbita mortal Aka Mission stardust)

2.5*

Una nave terrícola es enviada a la luna, donde se encuentra con una nave extraterrestre en la que un alienígena habla de su extraña agonía y enfermedad (que está un poco pachucho, vamos). Por ello, se decide regresar a La Tierra para intentar buscar una cura. Coproducción italo-hispano-alemana, dirigida por Primo Zeglio, que comienza como una película de ciencia ficción pero que deriva en una historia de espías y militares, de acción y de luchas mafiosas por un cargamento de diamantes en pleno Mombassa (sic). La realización es un tanto casposa y el resultado un tanto pop. Sin embargo, la película tiene un personaje maravilloso (además de alguna que otra enfermera cachonda): la alienígena Thora, interpretada por Essy Person. Solo por eso ya merece la pena verse. Y, también, por supuesto, por sus modelitos y por sus escenas eróticas. Nada más que añadir a esta ignominiosa serie B olvidada por el tiempo.

El sídrome de Stendhal (Aka La sindrome di Stendhal aka El arte de matar)

2*

La inspectora Manni (Assia Argento), de visita profesional en Florencia, sufre un desvanecimiento en el Palacio de los Uffici, a partir del cual pierde la memoria y, con ella, su propia identidad. Pero la recupera rápidamente cuando es atacada por un serialkiller, lo que le lleva a recordar que estaba en la ciudad para investigar los crímenes de dicho asesino. En 1818, Henry Bayle, alias Stendhal, quedó maravillado por la cantidad y calidad del arte que estaba contemplando en Florencia y sufrió una especie de colapso nervioso. Un colapso que, desde entones, se conoce como el “síndrome de Stendhal”. Sobre esta anécdota, Argento elabora una reflexión sobre la atracción del arte, sobre su sublimidad y sobre las relaciones que el crimen tiene con las bellas artes. Algo que ya había hecho el gran Thomas de Quincey. Con aciertos parciales indudables (como la escena en la que la protagonista se reboza en óleo) el film incorpora múltiples efectos ridículos (como la bala que atraviesa la cara o el dedo en el ojo) y varias escenas y situaciones que chirrían (como la de “un poco de sexo”). Las interpretaciones, además, no son especialmente convincentes e, incluso, la BSO, del gran Morricone, no está particularmente inspirada. La película no tiene ni la consistencia narrativa, ni el misterio habitual ni la fuerza expresiva y plástica de los grandes logros de su autor. En definitiva, una obra menor del director romano y, a todas luces, un film decepcionante. 

Metrópolis (Aka Metropolis)

4.5*
Dedicada a Orit

Una de las obras maestras del cine de ciencia-ficción de todos los tiempos, Metrópolis se alza como un monumento a la imaginación humana más crítica y visionaria. A través de la elaboración detallada de una distopia, Lang y von Harbou, su mujer, retratan un mundo futuro en el que el capitalismo ha definido con precisión las clases sociales y ha creado un mundo en el que los ricos y los pobres se enfrentan inexorablemente. Pero es un mundo en el que también hay espacio para el amor. Para un amor redentor, como el que luego marcaría la diferencia en Matrix. Para un amor milenarista y judeo-cristiano y, por lo tanto, un amor revolucionario. Para un amor sincero y transversal. Mucho se ha hablado de los efectos especiales (cortesía del engranaje de la UFA), del estilo fílmico expresionista (pionero y desolador, en manos de Karl Freund) o de la música que ha acompañado a varios de sus reestrenos o reediciones (como la versión con el score de Giorgio Modorer) pero poco se ha hablado de la historia y de la enorme lupa cáustica que sus autores pusieron sobre la Europa de entreguerras, una Europa que estaba siendo asolada por el fascismo, por el capitalismo de estado, por una lucha de clases irredenta y por los pilares económico-culturales de la sociedad de masas. Una Europa que ha sido retratada por genios como Walter Benjamin, Siegfried Kracauer o Joseph Roth. Y por genios como Fritz Lang o Thea von Harbou quienes, en esta maravilla visual y moral, dejaron un monumento fílmico a la posteridad de cualquier época y lugar.

Golpe en la pequeña china (Aka John Carpenter's Big Trouble in Little China)

2.5*

Como decía Chesterton, una aventura es algo que nos sucede, algo que nos agarra y nos escoge, no algo que escogemos nosotros. Sobre esta premisa, John Carpenter levantó, a mediados de los ochenta, en glorioso Panavision, su gran oda a la aventura, a una aventura descontrolada, urbana y mística, en la que la filosofía china, las artes marciales, la magia negra e, incluso, un halo fantástico impenitente, tienen un punto en común: el personaje de Jack Burton, un alter ego de Kurt Russell, bastante fanfarrón, bruto y mentecato. La excusa argumental gira en torno al rapto de una muchacha china por parte de una extraña secta de gángsteres. Su pareja y su mejor amigo deciden salir en su búsqueda y, al hacerlo, irán siendo sumergidos en los callejones y las mansiones más extrañas del barrio Chino de San Francisco, un mundo irreal, ilógico y aterrador, como el creado por Lewis Carroll en Alicia en el país de las maravillas. En todo caso, aunque la película comience con un acicate individual, poco a poco se va transformando en la típica película hawksiana de grupo, tan querida por el maestro de Carthage. Situaciones inesperadas a raudales, acción sin descanso, diálogos de la ESO, humor desnudo, monstruos y mucha, mucha imaginación, juegan a su favor. En su contra, algunas escenas inverosímiles, algunos FX obsoletos y una BSO un tanto repetitiva. En cualquier caso, un pequeño clásico del cine de aventuras de la ultraconservadora década de los ochenta (tan pródiga en panfletos de un conservadurismo machacón e ideológicamente ramplón), pero que, sin embargo, en este caso, no disfrutó del éxito de taquilla como otros films de la 20th Century Fox, como Tras el corazón verde, o de la Paramount, como Indiana Jones y el templo maldito. El problema es que, salvo a un público muy juvenil, la película no fue capaz de transmitir verdadero terror o pavor a los espectadores de la época.

lunes, 26 de diciembre de 2016

Capitán fantástico (Aka Captain Fantastic)

3.5*
Dedicada a Carlos C.

El homeschooling está de moda. No es una moda (¡no puede ser una moda!) pero está de moda. Y nunca será demodé. La gente se pregunta qué es eso de educar a los chavales en familia. No solamente criarles o consentirles, en familia, sino formarles, instruirles, aportarles experiencias y conocimientos educativos. Y esta película nos viene a contar cómo una familia, no-convencional, puede educar a sus hijos al margen de la escolarización estatal obligatoria. El caso se centra en los EE.UU. pero podría valer para cualquier país. Incluso con lagunas jurídicas como España. Con muchísima imaginación moral y una mirada de respeto por los matices y las contradicciones, Matt Ross ha embotellado un vino joven, fresquísimo, en una botella tradicional, absolutamente reconocible e, incluso, convencional (narrativa y estéticamente). Pero el vino joven que contiene esa botella hace estallar unos taninos de una potencia inusitada, tanto para espectadores predispuestos a sabores nuevos como para los más conservadores y reaccionarios, a quienes, por lo menos, se les despertarán algunas cuestiones en sus papilas gustativas carpetovetónicas. En la etiqueta encontramos varios ingredientes: un libertarismo de izquierdas, una familia “disfuncional” (tamaño monovolumen), filosofía chomskiana, emotividad a raudales, amor a la naturaleza, puntuales pero contundentes contrastes con una familia “funcional” (de tipo utilitaria), Viggo Mortensen, algunas contrariedades en la resolución de alguna escena (como en la escena de los “bajos” del autobús) y una historia de compromiso moral y vital que llega, con todo su sabor, a los paladares más abiertos y desprejuiciados. Una de las sorpresas de la temporada 2016.



jueves, 15 de diciembre de 2016

Mis 5 imprescindibles del fotógrafo Michael Chapman:


-       Taxi Driver (1976).
-       La invasión de los ultracuerpos (1979).
-       Toro salvaje (1980).
-       Dispara a matar (1988).
-       El fugitivo (1993).

Chloe

2*

Enésimo film del sobrevalorado Atom Egoyan, que se construye con la excusa argumental de las infidelidades de pareja y con un desarrollo bastante absurdo, plano y melodramático. Julianne Moore piensa que su marido, un músico de éxito, le está siendo infiel y, para comprobarlo, contrata los servicios de una supuesta adolescente pinturera, con la que pretende tentar a su marido. Aunque irá tentando a todo bicho viviente, que la chica es muy ambiciosa. La verdad es que las inseguridades emocionales de la gente acomodada no es un tema muy interesante, en particular cuando son las mismas inseguridades que las de la clase baja y trabajadora. Pero es que, además, Egoyan encauza la trama hacia lo paródico y la paradoja, revoloteando superficialmente por la psicología de los personajes, así como por sus pulsiones y deseos, aunque “cuela”, de vez en cuando, alguna maldad típica del director. Por otro lado, un espectador avezado ve venir el asunto desde el principio. Correctas interpretaciones y una puesta en escena plana, despersonalizada, para un film mediocre y aburrido (el “pianito” de fondo es para tirarse de los pelos) que, además, es un remake. Se siente pero Chloe no es tan irresistible. Al final, en el único plano en el que la película destaca es en el retrato de una generación, está sí realmente perdida, que no sabe cómo establecer lazos emocionales duraderos con el mundo que le rodea. La generación de la prostituta. 

The Magic Toyshop

3.5*

Melanie, una joven huérfana, es enviada a Londres a vivir con sus tíos, en una tienda de juguetes (una especie de Old Curiosity Shop) que tienen una extraña apariencia y un imprevisible comportamiento. ¡Sí, comportamiento! Allí, vivirá todo tipo de experiencias, entre el despertar sexual, la fascinación por el poder y la madurez. Una obra maestra absoluta, dirigida por David Wheatley para la Granada televisión, aprovechando el set de sus grabaciones para la serie de Holmes, fascinante desde el punto de vista estético y narrativo y que supone una excelente adaptación de una obra, del mismo título, de la gran Angela Carter, justo en la línea de En compañía de lobos (que se había estrenado un par de años antes). Fantasía a raudales, una ambientación maravillosa, unos efectos especiales por los que parece que no ha pasado el tiempo y muchísima imaginación, en una historia que juega con las leyendas, con los cuentos de hadas, con los mitos, con la sexualidad, con la sensualidad y con el erotismo de una manera que solo los grandes pueden hacer. Además, hay toda una reflexión sobre el poder y su ejercicio. En definitiva, una auténtica joya, una auténtica rareza y una sorpresa en toda regla.

Midnight in Paris

3*

Woody Allen se vuelve a copiar a sí mismo. Es lo que hacen todos los directores, sí. Pero a Woody es un director al que se le nota mucho. Para este premiado film, el autor neoyorquino ha agarrado esa maravilla musical que es Todos dicen I love you, lo ha pelado, se ha quedado la estructura (con su chiste burlesco final incluido) y ha rodado una comedia nostálgica sobre la búsqueda de l’age d’or. En realidad, la mitad del cine de Allen es nostálgico, desde La rosa púrpura de El Cairo hasta La maldición del escorpión de Jade o Café Society, pasando por Días de radio. El valor añadido de esta nueva versión es el superficial pero entretenido intento por reconstruir el París de los años treinta (el de la “generación perdida”) y el de la Belle Epoque (el de Toulouse Lautrec) y, todo ello, para enseñar al espectador (con un retruécano irónico digno de mención) que el presente es lo único que vale. Todo el mundo sabe que Allen es un neurótico, como el personaje que interpreta esa especie de Robert Redford allenizado que es Owen Wilson. Pero, desde hace unas cuantas décadas, Allen es, además, un enamorado del amor. De ahí esa obsesión por encajar, en finales felices clonados, a distintos seres humanos, en ese tio vivo emocional que es la relación de pareja.