La joven Helen (June Allyson), de
Philadelphia, recala en Munich para trabajar en la Casa de América. Durante su
estancia en la capital Bávara, Helen se encontrará con un novio de esos que la
familia te hecha desde jovencita (y que tú consideras tu amigo) pero, también,
conocerá a un impulsivo y exitoso director de orquesta, Tonio Fischer (Rossano
Brazzi). Durante breves y románticas escapadas, Helen se enamorará del músico,
y viceversa, sin saber que su amor es, digamos, como el “do de pecho”: solo al
alcance de muy pocos. Como si de una sinfonía se tratara, Sirk vuelve a su país
de origen para rodar uno más de sus excelentes y eternos melodramas, con puntos
de contacto con Rapsodia, de Charles
Vidor. A lo largo de varios movimientos musicales, la narración va siguiendo,
acompañando, subrayando los distintos vaivenes del amor, hasta la coda final,
en la que se recupera el tema inicial, el motivo “musical” con el que comenzaba
la obra. Un final en clave mayor, por tanto, que hace sentirse en casa a los
protagonistas y, con ellos, también al espectador. Sirk rueda, así, una especie
de guía de viajes para la secretaria o para el ama de casa USAmericana de los
cincuenta, para que no se deje deslumbrar por la pasión y por el arte de la
Vieja Europa y para que no olvide que “su hogar, su verdadero hogar”, está allá
donde atracó el Mayflower. Hermosa fotografía, fascinante composición de planos
y diseño de secuencias, pulido vestuario, sofisticada producción y bella
música: en fin, lo de siempre en la filmografía del gran, y no suficientemente
valorado, Douglas Sirk. Por cierto, en 1968, Kein Billington rodaría un remake de lo más estimable y disfrutable
y con una BSO, de Georges Delerue, ciertamente emotiva.
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