lunes, 29 de febrero de 2016

Mis 5 imprescindibles de James Cameron:


-       Terminator  (1984).
-       Aliens (1986).
-       Terminator 2 (1991).
-       Mentiras arriesgadas (1994).
-       Avatar (2009).

El terror llama a su puerta (Aka Night of the Creeps)

3*

Imagínense el Vinieron de dentro de…, de David Cronenberg, pero rodado con la pulcritud de una comedia universitaria USAmericana de la época dorada. Si se le añaden algunas de las convenciones de las películas de zombies y una excusa argumental calcada de los Critters o, incluso, de Fuerza vital, entonces, solo entonces, tendremos esta estupenda creación de Fred Dekker, el mismo director de House, una casa alucinante. El film es un homenaje permanente al cine estudiantil de la ultraconservadora década de los ochenta, al que se le ha metido con calzador una trama de invasiones extraterrestres que transforman en descerebrados lo que ya, de alguna manera, está un poco descerebrado: la mente de un universitario medio. Y todo encaja perfectamente. Dekker ha dado con una fórmula muy atractiva. Hasta el punto que Robert Rodriguez (en The Faculty) y David Nutter (en Comportamiento perturbado) la explotarían unos cuantos años después. La única pega a la función es el ritmo de algunas secuencias, el retardo de algunas réplicas-contrarréplicas, así como el timing general de la narración. Por lo demás, una película estimable, que tiene una composición estética admirable (50% Lynch, 50% Bava) y unos FX como de clase de pretecnología, como debe ser.

Voces de muerte (Aka Sorry, Wrong Number)

3*

La hija (Barbara Stanwyck) de un potentado industrial químico (Ed Begley) le roba la pareja a una conocida (Ann Richards) y se casa con él (Burt Lancaster), transformándole en un autentico pelele. Pronto surgirán las insatisfacciones y, por tanto, las perversiones y avaricias propias de una clase social que basa su existencia en el ánimo de lucro y en la dependencia mutua (que nace con la misma institución hereditaria, por cierto). El gran director ucraniano de origen judío, Anatole Litvak, monta un film noir muy originalmente narrado, a base de historias y confesiones que se cuentan dentro de otras narraciones y llamadas de teléfono y con un trabajo de planificación impecable. De hecho, hay un travelling interior-exterior de una elegancia maravillosa y de una gran fuerza visual. En este caso, la habitual “pantalla demoníaca” (según la feliz expresión de Lotte Eisner) deja paso a una abigarrada y casi gótica composición de los interiores, donde se desarrolla casi toda la historia, lo cual refuerza la sensación de opresión y de limitación vital, que es la principal experiencia vivida por los protagonistas. El personaje de la Stanwyck nunca estuvo más repelente mientras el gran Burt Lancaster ha de conformarse con fruncir el ceño y cavilar maldades, nacidas de la frustración. El final, por cierto, es de lo más contundente, contrario a las convenciones del mainstream del momento. No por casualidad, como afirma Noël Simsolo, el cine negro siempre ha ido más allá de lo gestual, de la trama, de la fotografía expresionista o del uso de la violencia física y moral para producir “una sensación singular de malestar”. Y, voto a bríos, que este film lo consigue.

domingo, 28 de febrero de 2016

Los cuatrocientos golpes (Aka Les quatre cents coups)

3.5*

André Bazin pensaba que François Truffaut encarnaba a la perfección su propia teoría del auteur, según la cual un director debía expresarse a través de sus películas y éstas, a su vez, debían materializar la visión personal de su creador, de su autor, debían ser como sus “huellas digitales”. La relación entre ambos hombres siempre fue como de padre e hijo y el joven Truffaut comenzó a dedicarse al cine por intervención del propio Bazin. En agradecimiento infinito, y justo el mismo año en que el gran pater familias de la crítica nouvellevaguista pasaba a mejor vida, el director francés dedicaba a su memoria uno de los buques insignias de su flota cinematográfica, la maravillosa y naturalista Les Quatre cents corps, en su hermoso y nada chovinista título original. Estamos ante la primera de las historias que con su alter ego, Antoine Doinel, dirigiera Truffaut y ante una crítica de esa sociedad burguesa y “foucaultiana”, dogmática, disciplinada y cruel, en la que los chavales más especiales reciben, con el poder de la aritmética más que de la metáfora, “cuatrocientos golpes” vitales, apuntalados por una familia distante que no sabe o no quiere quererle. La biografía, una vez más, se cuela en el arte: el propio director había abandonado la escuela, a los 14 años, para dedicarse a mil y un oficios y toda su vida persiguió el mar, como Doinel en esta cinta. Un film digno, formalmente admirable, con una contención lúcida que disimula su aparente sencillez y de un poderoso halo poético, a mitad de camino entre el documental, la autobiografía y el mito (como la obra de Balzac, a quien se rinde cumplido homenaje). 

Amor a reacción (Aka Jet Pilot)

2*

En 1957, en plena Guerra Fría, el otrora interesante Josef von Sternberg rodó un canto al American Way of Life que es, en realidad, un canto al capitalismo a la vez que una crítica pelada del comunismo no stalinista. Un piloto de la URSS, sospechoso de deserción, es apresado por la fuerza aérea USAmericana y llevado a territorio “libre”, dando lugar a una dialéctica entre ambos mundos, representada por Janet Leigh (en el papel de Olga Orlief, piloto bolchevique) y por John Wayne, Coronel Jim Shannon (quintaesencia del conservadurismo americano). Todo ello como si de una película de Doris Day se tratara y con una imbecilidad alarmante, solo comparable a la opinión que las élites de Washington y de Hollywood (ese Washingwood político-cultural) tenían respecto del intelecto de sus conciudadanos, por no decir algo peor (que la CIA conocía a la perfección). Ya La bolchevique enamorada, novela de Manuel Chaves Nogales, publicada en 1929, había nacido de la accidentada peripecia aérea del autor en la Unión Soviética, con lo que la historia, en sí, tampoco parece muy innovadora. Sternberg se juega su prestigio y lo pierde, y ello pese a su rotundo uso del color (por obra y gracia del gran Wilton C. Hoch) y ello, del mismo modo, pese a los extraordinarios primeros planos, obra de un director que pinta hermosos retratos en 24 fotogramas. Si alguien quiere defender políticamente al país de las oportunidades (las que da el dinero), que aprenda la retórica del centro comercial y del consumismo, tal cual se muestra en esta capsula del tiempo fílmica, auténtica muñeca de un museo de cera que ya nadie desea visitar. Por cierto, estamos ante un misterio de Cuarto Milenio ya que el guionista es Jules Furthman. Nada menos.

La mansion de los muertos vivientes

1.5*

Cuatro mujeres desprejuiciadas y un poco putones se disponen a vivir unos días de asueto en uno de esos hoteles de la costa española que se levantaron a base de especulación, mordidas y burbujas. En los días de viento (sí, en los “días”, no en las noches, que para eso estamos en la playa), las correosas jovencitas son asesinadas por una versión cutre casposa de los templarios de Ossorio, una especie de monjes vivientes “violantes”. El gran estudioso de la obra del tío de Javier Marías, Carlos Aguilar, afirma que estamos ante “un bodrio”. En verdad, estamos ante uno de esos films clónicos que el venerado y venerable tío Jess perpetró a lo largo de su dilatadísima carrera, especialmente en sus últimos tramos, los que van desde mediados de los ochenta hasta el final de la misma. Una mezcla de cine de terror, erotismo soft sin depilar y de ese humor socarrón y surrealista con que solía salpicar casi todas sus producciones, aunque no tuvieran mucho argumento. Como dice Lina Romay respecto del personaje de Antonio Mayans, la película es absurda y extraña, como de otro tiempo. Así, sin más. Mal escrita, mal iluminada, mal rodada, mal montada, mal musicalizada, mal interpretada, mal maquillada (atención a esos monjes vestidos de blanco, por Dios), etc. En todo caso, el espectador menos exigente se podrá deleitar con la hermosa figura de Jasmina Bell (alias de Elisa Vela) así como con algunas psicotrónicas secuencias, como las de la mujer que está atada a una cama y a la que llevan comida con insecticida y matarratas (sic). 

lunes, 22 de febrero de 2016

Contratiempo (Aka Bad Timing)

3.5*

Extraordinaria disección de pareja, llevada a la pantalla con el habitual talento estético de Nicolas Roeg y con la sabiduría de quien sabe de lo que habla. Asimismo, la película está construida mediante una estructura narrativa tan compleja como fascinante, en la línea del Dead Certainties de Simon Schama: una mezcla de recuerdos personales, realidad contrastada e investigación policial, que desarrolla una historia tan sofisticada como ruda, lo que es subrayado por etéreos contrastes irónicos, como el que forman los cuadros de Gustav Klimt y de Egon Schiele de los títulos de crédito, por ejemplo, o, más sofisticadamente, el que sugiere la música de Keith Jarrett y de Tom Waits (y de los The Who, por cierto). Las concesiones a la época (esos zooms, esa obsesión por el psicoanálisis, el famoso colour test) no hacen sino ayudar a contextualizar un film que, por otro lado, trasciende su momento y se hace atemporal aunque, de hecho, ya fue adelantado a su tiempo, como la propia Viena de Freud, Schnitzler y Hofmannsthal, tal y como nos han enseñado Carl Schorske, Peter Gay, Stephen Toulmin o el Josep Casals de Afinidades vienesas. Una obra fascinante que, hasta cierto punto, supone un regreso a ese mundo emocional e intelectual que ha obsesionado a otros muchos creadores, como el Ken Russell del biopic sobre Mahler. Fascinante la interpretación de Theresa Russell y de Harvey Keitel; sorprendente la estampa de Art Garfunkel y de Denholm Elliott.

viernes, 19 de febrero de 2016

Fanny "Pelopaja"

3*

Dejó escrito C.S. Lewis, en Los cuatro amores, que el amor tiene cuatro caras: el cariño, la amistad, la caridad y el eros. Pero de lo que no habló es del “encoñamiento”. Sí, no dijo nada de la pasión descontrolada. Y eso es porque, seguramente, encoñarse no es amar. Y, sin embargo, se puede hacer cualquier cosa bajo esa pasión. O se puede sufrir casi cualquier cosa. Vicente Aranda es un director español que se ha especializado en mostrar el sexo en la pantalla grande. El sexo en su contexto, en su momento histórico, en una trama que le de sentido. Y nunca antes, probablemente, lo había hecho con tanta intensidad y coherencia como en este sórdido thriller de venganza, ambientado en esa Barcelona tan bien retratada por el Carlos Giménez de Rambla arriba, Rambla abajo, y protagonizado por dos actores extranjeros, producto de la coproducción: Fanny Cottençon y el gran Bruno Cremer. El film es violento, directo, usa un lenguaje barriobajero y hay varias escenas contundentes, tanto en el plano de la violencia como en el de la sexualidad. Hata cierto punto, es una película que puede ser interpretada como una de las últimas obras quinqui de la filmografía española. Pero poco más. La historia no levanta el vuelo en ningún momento, no trasciende su particularidad y el guión tiene algunos rincones sucios y oscuros, y eso que está basada en una estupenda novela de Andreu Martín, Prótesis, en la que el protagonista, “el dientes”, era un hombre. Aquí se nota la personalidad de Aranda. Y la influencia de films como Alien. Aunque, en realidad, hablando en general, el título sorprende al espectador contemporáneo por su palpitante violencia. Técnicamente, por cierto, la cinta tiene varias cuestiones mejorables, como la iluminación.

lunes, 15 de febrero de 2016

Mis 5 actrices secundarias anglosajonas imprescindibles:



-       Margaret Rutherford.
-       Elsa Lanchester.
-       Shelley Winters.
-       Dorothy Malone.
-       Maggie Smith.


Lejos del cielo (Aka Far from Heaven)

2.5*

Todd Haynes es uno de los directores más admirados del Hollywood postmoderno. Pero igual no es admirado por sus cualidades personales sino por haber conseguido resucitar una forma de hacer cine que hunde sus raíces en los white upper-class melodramas, clasistas y coloreados, del gran Douglas Sirk. De hecho, esta película, unánimemente aplaudida en todo el mundo no es sino una recreación de Solo el cielo lo sabe, el enorme canto a la libertad de Jane Wyman y Rock Hudson (incluso los títulos de crédito y el movimiento de grúa inicial son un calco del original). Sin embargo, Haynes ha sustituido el problema de fondo del film anterior por dos tabúes de la época: una reflexión sobre la discriminación del homosexual así como sobre los padecimientos sociales del pueblo Afroamericano, en ese American Way of Life quimérico y parcial de los cincuenta pero que ha seguido inspirando al pueblo USAmericano en su búsqueda de la felicidad. Por lo demás, la película es rutinaria y previsible en el desarrollo de la trama, repletita de lugares comunes y de situaciones mil y una vez vistas. Por ello, quizás, no consigue producir una emoción honesta y sincera en el espectador, por mucho que Julianne Moore se entregue a un personaje que parece cortado por la modista que la vistió en El fin del romance, aunque el patrón sea de ama de casa pin-up. Mención aparte merece Dennis Quaid, completamente desubicado, y Patricia Clarkson, en su sempiterno rol de amiga comprensiva, una especie de Agnes Moorehead. Incluso la evocativa BSO, del gran Elmer Bernstein, suena de cartón piedra, como buena parte de esta aclamada cinta. Lo que sí que es de justicia destacar es la admirable labor de ambientación y de iluminación durante todo el metraje. Una labor que, aunque kitsch y arbitraria, por partida doble, supone un auténtico regocijo casi para cualquier clase de espectador. Y por eso, solo por eso, ya merece un visionado



Casino Royale

(II) 3.5*

Cuando una película de la saga Bond dedica una escena entera para intentar representar, metafóricamente, el final del amor romántico, comparándolo con una casa veneciana decrépita que es derruida por las exigencias de la vida moderna, es que no estamos ante una película convencional. De hecho, Martin Campbell/Haggis/Purvis/Wade han reiniciado la saga con esa madurez y seriedad de los mejores films de la franquicia del agente británico al servicio secreto de su Majestad. Además, todo parece indicar que este Casino Royale (al margen de ese bodrio arrítmico e irregular que fue la anterior adaptación de la novela original) conforma el primer engranaje de un folletín más amplio, que tiene continuación en las 3 partes siguientes del reboot reciente, una retrocontinuación en toda regla. Precisamente, Quantum of Solace y Skyfall no hacen sino confirmarlo. Al igual que Spectre. El guión es sólido; la escenas de acción, espectaculares y extrañamente verosímiles; la chica Bond (Eva Green), una auténtica delicia; los secundarios, de lujo. Pero, sobre todo, Casino Royale tiene al más proletario de todos los agentes con licencia para matar: Daniel Craig, un obrero de Cheshire que lo mismo se rasca los testículos a golpes que te gana una partida de Texas Holdem, en Montecarlo, con un bote de más de 100 millones de dólares; lo mismo pilota un velero con el amor de su vida que sobrevive a una parada cardíaca producida por un veneno; lo mismo se da un revolcón en una clínica de convalecencia en Suiza que te destroza un baño público a hostias. En fin, un súper hombre muy completito ya que está correctamente amoldado al CV oficial del personaje, tal y como se puede leer en James Bond Encyclopedia, de Cork y Stutz. Y, todo ello, con la elegancia de quien puede calzar los 80 kilos de sus casi 1.80 metros de altura en un elegante frac inglés.


Los Crazies (Aka The Crazies, Aka Codename Trixie)

2*

Indiscutiblemente, una de las grandes decepciones de la obra de George Romero. Tras el éxito de su mathesoniana La noche de los muertos vivientes, el director de Nueva York (pero afincado en Pensilvania) intenta desarrollar el mismo esquema de invasión vírica global aunque, esta vez, los enfermos no se transforman en muertos vivientes sino en locos violentos. Hay que reconocer que Romero es un director muy competente cuando se trata de crear escenas paranoicas convincentes y situaciones de miedo colectivo descontrolado, en particular cuando son gestionadas por dos instituciones tan representativas del lados oscuro de la modernidad como el ejército o los médicos. Algo que demostraría en su obra maestra, Dawn of the Dead, y, también, en El día de los muertos vivientes. Sin embargo, en este caso, a una relativamente conseguida atmósfera de paranoia vírica, hay que ponerle unos cuantos peros: las secuencias de acción y de persecución no están a la altura de la premisa, por ejemplo: son lentas, deficitarias, como de telefilm USAmericano barato. Además, el casting es desastroso y esa sangre roja casi fosforita aleja al espectador de la auténtica sensación de miedo y pavor que deberían producir esta clase de películas. En definitiva, un film menor y, en buena medida, fallido, aunque con una interesante premisa y la habitual crítica social del director. La verdad es que, en esta ocasión, hay que decir que es mucho más angustioso y efectivo el remake reciente de Breck Eisner, estrenado en 2010.

miércoles, 10 de febrero de 2016

Noche de fin de año (Aka New Year's Eve)

2*

Decía Jean Austen que las tonterías dejan de serlo cuando son realizadas por gente sensible que actúa de forma atrevida. Pero si las personas no son sensibles, sino sensibleras, y no son atrevidas, sino engranajes de una máquina diseñada para enternecer, las tonterías quedan al descubierto. Y esto es lo que es, con precisión, esta trillada película de redenciones y propósitos “buenrollistas” de Año Nuevo. Que, incluso, tiene un discursito final. Y sus tomas falsas añadidas (sic). Y hasta un enfermo terminal y una canción de “Jon Bovi”. Un elenco variopinto de estrellas hollywoodienses viven unas cuantas historias, algunas entrecruzadas, durante las últimas horas de la Nochevieja del año 2012. Hay para todos los públicos y para todas las edades así que cientos y miles de espectadores se podrán ver representados. Como con la paparruchada esa de Pretty Woman. Pero muchos personajes, muchas situaciones y un buen puñado de diálogos y conversaciones son de lo más ramplones, manidos y pedestres. Folclore navideño, vamos. De hecho, no sería de extrañar que, cada 10 o 15 minutos de visionado, buena parte del público piense que estamos ante uno de esos productos prefabricados que te venden y que te envuelven con mil y un pliegues de papel y con mil y un lacitos de colores en esos templos de consumo que son los centros comerciales en Navidad. Un producto que huele bien, que brilla con su purpurina, que alegra la vista del consumidor pero que no tiene mucha sustancia por dentro. Algo así como uno de esos anuncios de neón que adornan Times Square.

Instinto básico (Aka Basic Instinct)


3*
Thriller erótico megamastodóntico, desde el punto de vista de su resonancia social, y un ejemplo prototípico del camino que seguiría el cine policíaco en la informe década de los noventa: sexo, drogas y rock’n’roll. El éxito del film se debe sin duda, a tres factores. Primero, al carisma sexual de la high-IQ-score Sharon Stone, ”el polvo del siglo”. Segundo, a la tramposa pero efectiva dirección del holandés Paul Verhoeven, que encadena, así, un éxito tras otro desde Robocop y Desafío total. Y, tercero, al guión metaficcional escrito por el exitoso Joe Eszterhas (que venía de triunfar con La caja de música y que intentaría repetir el éxito en Acosada, Showgirls o Jade). Mientras que la puesta en escena parece un reajuste de El cuarto hombre, el script consiste en una sabia mezcla de pulsiones sexuales desaforadas, atracciones diabólicas y juegos lujosos entre el punzón, el Lotus esprit y el pañuelo de Hermès, todo ello refrito con diálogos calenturientos, cigarrillos finos, whiskey de Tennessee y cocaína. La vida real misma de Michael Douglas, vamos. Por eso no es de extrañar que la película haya pasado a la posteridad por un cruce de piernas más que por su rebuscadísimo desenlace. La BSO, obra de Jerry Goldsmith, pulsa las teclas del misterio y se mueve, metalingüísticamente, entre los timbres y la orquestación de un Bernard Herrmann. O un John Barry. No por casualidad, la película se desarrolla en ese oasis de permisividad liberal hitchcockiana que es San Francisco. La fotografía, por cierto, también colaboró en el éxito de la obra: luminosa y californiana en exteriores, oficinista pero cálida en interiores. Obra de Jan de Bont. Como dato curioso, Dorothy Malone dignifica la trama con su imprevista y misteriosa presencia.