domingo, 28 de febrero de 2016

La mansion de los muertos vivientes

1.5*

Cuatro mujeres desprejuiciadas y un poco putones se disponen a vivir unos días de asueto en uno de esos hoteles de la costa española que se levantaron a base de especulación, mordidas y burbujas. En los días de viento (sí, en los “días”, no en las noches, que para eso estamos en la playa), las correosas jovencitas son asesinadas por una versión cutre casposa de los templarios de Ossorio, una especie de monjes vivientes “violantes”. El gran estudioso de la obra del tío de Javier Marías, Carlos Aguilar, afirma que estamos ante “un bodrio”. En verdad, estamos ante uno de esos films clónicos que el venerado y venerable tío Jess perpetró a lo largo de su dilatadísima carrera, especialmente en sus últimos tramos, los que van desde mediados de los ochenta hasta el final de la misma. Una mezcla de cine de terror, erotismo soft sin depilar y de ese humor socarrón y surrealista con que solía salpicar casi todas sus producciones, aunque no tuvieran mucho argumento. Como dice Lina Romay respecto del personaje de Antonio Mayans, la película es absurda y extraña, como de otro tiempo. Así, sin más. Mal escrita, mal iluminada, mal rodada, mal montada, mal musicalizada, mal interpretada, mal maquillada (atención a esos monjes vestidos de blanco, por Dios), etc. En todo caso, el espectador menos exigente se podrá deleitar con la hermosa figura de Jasmina Bell (alias de Elisa Vela) así como con algunas psicotrónicas secuencias, como las de la mujer que está atada a una cama y a la que llevan comida con insecticida y matarratas (sic). 

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