martes, 17 de septiembre de 2013

El último concierto

3*

Las simplificaciones alrededor de la música clásica abundan por doquier. De hecho, pocas son las obras de arte que retratan con fidelidad la complejidad (y, a veces, la sencillez) del mundo de la creación y de la interpretación musicales, sin mistificaciones gratuitas. Por ejemplo, Ian McEwan ofrece unas páginas maravillosas en su novela Amsterdam, un auténtico must para todo aquel interesado en estos temas. En este caso, el director novel Yaron Zilberman intenta radiografiar las relaciones humanas y profesionales que existen entre los miembros de una veterana formación, en las fases de preparación de una de las obras más densas del viejo Beethoven, el cuarteto para cuerda Op. 131. Lo que el espectador contempla es una sucesión de lugares comunes, tópicos y desvirtuaciones alrededor de un grupo de intérpretes que intentan cauterizar sus maltrechos egos y sus frustraciones personales escarbando en una partitura muy compleja, armónica y melódicamente hablando. Una partitura que aparece como una metáfora de la propia vida, por cierto. El film se basa en un guión que intenta resumir varias (si no todas las) presiones a las que se ven sometidos los músicos profesionales, en una dirección sobria que recuerda al Woody Allen de Maridos y mujeres, así como en el trabajo de los actores. Sin embargo, en este punto, poco hay que destacar, salvo el extraordinario trabajo de Philip Seymour Hoffman, un actor siempre a la altura de sus personajes pero que, en este caso, como el resto del reparto, no termina de sentirse cómodo con un instrumento de cuerda en sus manos. A pesar de todo lo dicho, la película se hace disfrutable por varios motivos e, incluso, emociona en ocasiones.


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