Jean-Jacques Annaud es uno de los
directores franceses más valientes de las últimas décadas. Ha tocado casi todos
los géneros y ha rodado casi todas las historias, aunque un elemento común a
todas ellas es su arrojo a la hora de afrontar los proyectos más arriesgados. Comenzó
su filmografía con una película sobre la prehistoria, que se ha convertido en
un film mítico, En busca del fuego. Un film
de 1981 que ha resistido muy dignamente el paso del tiempo y que se mantiene
incólume a su poder corruptor. Es verdad que, con anterioridad, Annaud había
rodado dos obras previas (El cabezazo
y La victoire en chantant) pero sería
con ese retrato de la vida antropoide, en los orígenes de la humanidad, con la
que se daría a conocer. Acto seguido vendría su exitosa adaptación de la novela
de Umberto Eco, El nombre de la rosa,
de 1986. Y, 2 años después, estrenaría El
oso, un feroz pero emotivo retrato de la vida salvaje en las espectaculares
montañas de la British Columbia (aunque, en realidad, la película fue rodada en
Los Alpes), protagonizado por un osezno cuya madre ha muerto por un
desprendimiento de rocas en un panal de abejas. Annaud consigue que el
espectador se emocione con las peripecias del pequeño animal, que parece seguir
con fidelidad el arco argumental y que, por supuesto, no necesita diálogos para
comunicar su estado de ánimo ni sus pensamientos. Estamos ante una versión
adulta y conservacionista de las películas de Disney protagonizadas por
animales, por lo menos las que Disney ha estrenado desde Bambi. Atención a la escena en la que el osezno se “reecuentra” con
su madre (sic.). En Dos hermanos,
Annaud volvería al cine rodado con animales, con una calidad similar.
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