martes, 30 de abril de 2013

Navajeros

3*

El cine quinqui, propio de una época y de una coyuntura industrial, permitió a una estirpe de cineastas valientes radiografiar buena parte de la sociedad española siguiendo el rastro de varios submundos de delincuencia, droga y prostitución. Las dos partes de El Pico, Yo, “el vaquilla”, Colegas, Perros Callejeros y esta, Navajeros, fueron la punta de iceberg de un fenómeno sociológico que tuvo escaso reconocimiento crítico: el del cine barriobajero, que se mantiene como un subgénero dentro del cine político de la época. Por ejemplo, La muerte de Mikel, de Imanol Uribe. En este caso, Eloy de la Iglesia sigue las correrrías del Jaro y su banda, delincuentes juveniles, en el Madrid de mediados de los ochenta, con los socialistas en el poder, el postfranquismo y la corrupción policial así como las aspiraciones de un lumpenproletariat marginalizado que no tienen ninguna cabida en la sociedad que se está intentando construir. Es decir, de la Iglesia, aprovechando el alarmismo ciudadano sobre las bandas juveniles y lanzando un anzuelo a la boca del morbo social, el director vasco ofrece una segunda lectura de una España a medio construir, llena de descampados, escombros, sordidez y sueños rotos. Una especie de copia en negro de la realidad contemporánea. Como dice el personaje de José Sacristán, que un chaval de 16 años, en vez de darte las buenas noches, te ponga la navaja en el cuello significa que algo va mal en la sociedad. Desde el punto de vista cinematográfico, la película cuenta con interpretaciones ajustadas (la de José Luís Manzano no es, desde luego, la más seductora), una BSO calorra, una narración férrea y un argumento dramatico que tiene un final a lo Keoma.

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