Junto con sus tres compinches,
Alex (Malcom MacDowell), un malhechor juvenil, que disfruta de una adolescencia
disoluta y consentida, se dedica a administrar hiper violencia gratuita a
víctimas inocentes, incluyendo agresiones sexuales. Atrapado por la policía a
causa de la traición de sus secuaces, Alex es recluido en una prisión estatal
donde se la aplicará una técnica especial para reformar delincuentes, basada en
los reflejos condicionados. Dicha técnica consiste en asociar imágenes
violentas a efectos físicos desagradables, producidos por una droga, con lo que
su falta de empatía hacia el dolor ajeno se convierte en repulsión ante la
violencia y el sexo y, secundariamente, ante la 9ª Sinfonía de Beethoven (sic).
Una vez reinsertado en la sociedad (en una especie de Inglaterra futurista, kitsch y ultraconservadora), el
victimario será objeto de toda suerte de humillaciones y vejaciones, tanto por
sus víctimas anteriores como por sus antiguos camaradas, ahora policías,
mostrándose, así, una especie de reflexión circular sobre el origen y las
consecuencias de la violencia que es, en el fondo, una reflexión sobre la
libertad y la responsabilidad. Una fábula distópica y moral, rodada con los
habituales recursos estéticos, narrativos y técnicos del Kubrick de la época (Barry Lyndon y 2001: una odisea del espacio, en especial) que, como adaptación de
la novela de Burgess, es un tanto discutible, aunque ha demostrado ser una
buena excusa para la fabricación de camisetas y otros gadgets supuestamente contraculturales, además de una vergonzosa influencia para una parte importante de la cinematografía contemporánea. En definitiva, un film
tan esteticista como superficial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario