jueves, 29 de septiembre de 2016

Fellini, ocho y medio (8½) (Aka 8½ Otto e mezzo)

4*

Marcelo, ese periodista arquetípico de La dolce vita, es “ahora” un director de cine que, en plena crisis de inspiración, pone en marcha una nueva película. El productor, el guionista, los actores, las actrices, los técnicos, todos los implicados en la misma le acosan para que defina, cuanto antes, su nueva obra, una obra que tiene lazos fantásticos y de Ciencia Ficción, sobre un Holocausto termonuclear. Federico Fellini abandona definitivamente su previo neorrealismo en pos de un nuevo estilo, una mezcla de costumbrismo arrebatado, esperpento all'italiana, unas gotitas bien dosificadas de surrealismo simbólico, metaficción y esa especie de realismo ambiguo, de “realismo mágico”, que será la característica primordial del resto de su filmografía. En pantalla, y con la ayuda de un blanco y negro pulcro y prodigioso, se suceden una serie de situaciones y acontecimientos, aparentemente arbitrarios, pero que, poco a poco, van dibujando una historia que, desvaneciendo los límites entre la realidad y la ficción, habla de la creación, del pasado, de la identidad, de la memoria colectiva y del amor. Una historia que impresiona al espectador mediante una puesta en escena vanguardista que alterna entre la sobriedad, el plano secuencia (ese que tanto amó Berlanga), pequeños movimientos de cámara a contrapelo (que tanto gustan a Scorsese), una profundidad de campo apasionante (que seguro que Kubrick conocía muy bien) y el abigarramiento estético y moral puramente felliniano. En definitiva, el canto del cisne del cine de su autor, una película compleja y rica que logra vertebrar, como ninguna otra de su filmografía, casi todos los elementos y obsesiones de su autor. 10 años después, y frente a una tesitura parecida, Federico volvería a asombrar con la más popular Amarcord, igualmente poseedora de una BSO deliciosa del gran Nino Rota.

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