lunes, 12 de agosto de 2013

Yakuza

4*

Harry Kilmer (Robert Mithcum) debe viajar al Japón para ayudar a un viejo amigo suyo, George Tanner (Brian Keith), a recuperar a su hija, secuestrada por los Yakuza a causa de un negocio truncado. Una vez en el país del sol naciente, Kilmer contará con la colaboración de Tanaka Ken (Takakura Ken), un ex gángster reformado que trabaja dando clases de Kendō. Sobre la base de un cotizadísimo guión de Paul Schrader (un autor obsesionado con la culpa, la expiación y fiel devoto de Yukio Mishima), Sydney Pollack moldea un vigoroso pero contenido thriller que desarrolla una fibrosa historia de chantajes, mentiras y deudas morales, protagonizada por un puñado de personajes atormentados y donde hay, además, un gran espacio para el honor y el deber, tan propios de la cultura japonesa. De hecho, en El crisantemo y la espada, Ruth Benedict subraya la importancia del Giri para la sociedad nipona: “Giri is hardest to bear”. Y el Giri es algo que se debe a alguien, una cadena que uno mismo decide llevar por respeto y dignidad. Pollack salpica el metraje de sólidas escenas de acción en las que, como un resorte escondido, salta y explota una cruel pero hermosa violencia contenida. Pero también hay espacio en Yakuza para las emociones y el amor. Por otro lado, un efecto probablemente no deseado es que no haya espacio para la renovación, puesto que todas las víctimas de la trama son jóvenes. Hay que destacar, sin duda, la maravillosa BSO de Dave Grusin así como la fotografía del experimentado Kozo Okazaki (el de Tiranía o el de Inn of evil), un operador que, curiosamente, trabajaría en El reto del samurai, de John Frankenheimer, donde aparecen juntos Scott Glenn y Toshiro Mifune. La influencia de este film se puede rastrear hasta en la hiper esteticista Black Rain.




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