En una vieja mansión de Nueva
Inglaterra, un doctor y su familia se instalan para que el marido investigue el
suicidio de un científico. Pronto comenzarán a sufrir los sustos y acosamientos
de una extraña presencia. A partir de una historia que recuerda levemente al gran
escritor de Providence así como a Henry James, la película tiene un aspecto
visual que no esconde su inspiración argentiniana, especialmente de Suspiria. Aunque en este caso, la
mansión no está encantada ni poseída sino más bien ocupada. Ocupada por el
doctor Freudstein, nada menos. La dirección muestra muchos de los rasgos
típicos del estilo Fulci: mucha cámara subjetiva, mucho desenfoque, mucha saturación de luz, muchos
movimientos de cámara fulminantes y cosas así. Además, Fulci exprime hasta la
náusea una contracción del tiempo y del espacio más propia del cartoon que del cine de terror
convencional. La verdad es que la película es un poco costrosa en casi todos
sus aspectos técnico artísticos (la iluminación, el montaje, las
interpretaciones) y el argumento tiene más agujeros que un queso de Gruyère (lo
mismo que en El más allá pero todo
mucho más flojo). Por eso, es una lástima que Fulci no haya cuidado un poco más
algunos aspectos: le hubiera salido un film
basante más aceptable. En cuanto al factor gore,
la película parece un puesto de casquería: mucha sangre, muchos cuerpos
desmembrados, muchos gusanos y mucha putrefacción. Todo lo cual hará las
delicias de un público barbilampiño o nostálgico pero el neófito sentirá
repugnancia, aburrimiento o la risa floja. O las tres cosas. La música, por
cierto, es una podredumbre aparte (salvo algún que otro corte).
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