Debería estudiarse la razón por
la cual el cine de Bud Spencer y Terence Hill gozó de tanta popularidad a
finales de la ominosa década de los setenta y comienzos de la ultraconservadora
década de los ochenta. Al menos 5 o 6 de sus películas fueron auténticos blockbusters. Igual es la misma razón
por la que, inmediatamente, su cine fue sustituido por el del ex gobernador de
California y antiguo Mr. Universo. O, un poquito después, por el cine de los Michael
Dudikoff, los Jean-Claude Van Damme, los Steven Seagal o los Jason Statham. Lo
que parece claro es que la filmografía de los dos actores italianos tiene casi los
mismos ingredientes que la obra de Charles Bronson o Chuck Norris, por ejemplo.
Pero, eso sí, es un cine dirigido específicamente al público infantil, más que
a un público adulto. Como lo sería durante los años noventa el cine de Jackie
Chan. La receta de la casa es que a una historia de acción light, al estilo Equipo A,
siempre se le añade alguna moraleja moral o ética. En este sentido, estamos
siempre ante una americana pero à la
italiana. Michel Lupo agarra al secundario de Argento, el gran Bud, y lo deja
caer, por segunda vez, en un pequeño pueblo de Arizona, convertido en un estoico sheriff. Con la ayuda de un crío
extraterrestre y de las gentes torticeras del propio pueblo, consiguen
neutralizar una especie de invasión militar robotizada, a base de galletazos
con la palma abierta y de mamporrazos con el puño cerrado. El espectador actual
sonríe con complacencia al presenciar los entrañables diálogos y las simpáticas
coreografías pero se le iluminan los ojos al comprobar que, en el film, hay alguna escena tipo Matrix y, además, contiene el germen de Están vivos, por ejemplo. Como todas las
películas de Bud Spencer, habrá que esperar al final para poder presenciar una pelea multitudinaria: auténtico jolgorio para ver en familia.
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