miércoles, 30 de noviembre de 2016

Harlequin (Aka Más allá de la reencarnación)

3*

El senador Nick Rast (David Hemmings) tiene un matrimonio de conveniencia con la hija de un diplomático (Carmen Duncan). El hijo de ésta está muriéndose de leucemia hasta que un extraño personaje, Gregory Wolf (una especie de Rasputín), aparece en su vida para curarle. A partir de este momento, tanto la vida de unos como las relaciones de poder del senador, se verán trastocados por la misteriosa figura del Harlequin (Robert Powell). Incluso el hombre que está detrás de la carrera política del senador, una especie de padrino en la sombra, Doc Wheelan (Broderick Crawford), verá peligrar su mundo de poder y corrupción. Everett De Roche, en uno de sus conocidos intentos por reflotar la industria cinematográfica australiana, vuelve a retorcer los límites de un género con su incomparable talento para la mezcla, la ironía y la metáfora. El film se desarrolla, en un primer nivel, como una fantasía salvífica, propio de los ramalazos místicos de la New Wave de la época, aunque también incorpora elementos de fábula política así como reflexiones sobre quién maneja hilos del poder. En definitiva, lo que tenemos entre manos es un fantástico sin fantástico, como se ha llegado a decir (siguiendo a Claudio Huck que sigue, a su vez, a Adrián Esbilla y su La historia del cine australiano). Es verdad que la dirección de Simon Wincer podría haber resultado más satisfactoria si hubiera pulido algunos aspectos pero entre la música de Brian May, las fascinantes interpretaciones y los guiños constantes a múltiples películas, la experiencia de su visionado se transforma en un auténtico descubrimiento (por cierto, los homenajes constantes enriquecen la trama y sorprenden al espectador. Incluso hay una escena cuasi calcada de Rojo profundo, el principal éxito de Hemmings, además de Blow Up; así como un homenaje a Excalibur. El personaje de Crawford, por cierto, está elegido con clara conciencia). A comienzos de los ochenta, Marillion intentó revitalizar el rock progresivo, tan típico de la irredenta década de los setenta. Ya en solitario, Fish, su frontman, hablaba en una de sus letras de un Faith Healer. Conviene seguirle el rastro. En definitiva, una maravilla para los sentidos, para la cabeza y para el estómago.

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