Adaptar la
novela picaresca de Tackeray, Memorias de
Barry Lyndon, Esquire, parecía una arriesgada empresa que, finalmente, el
director USAmericano Stanley Kubrick acometió con decisión y bastante acierto,
si bien con una cierta simplificación (especialmente del personaje
protagonista, que en la novela era reaccionario y cínico) y bastante distancia
emocional. Durante varios años, Kubrick fue desarrollando un guión, que
tardaría en rodar y en montar aproximadamente dos años. La historia, similar a
un proyecto que quiso rodar sobre Napoleón (a quién el director admiraba por su
racionalidad y perfeccionismo), permitía una narración prolija en aventuras y
situaciones así como en vestuario y localizaciones (ya que los decorados
estuvieron prohibidos en toda la
película). De hecho, la dirección artística es una de las maravillas del film,
como en Los duelistas, película con
la que guarda bastantes similitudes. Sin embargo, hay que constatar que sin las
partituras de Rosenman algunas de las escenas no hubieran funcionado
correctamente porque resultan excesivamente frías. Por otro lado, la dirección
abusa de un recurso cinematográfico, repetido varias veces, para bidimensionalizar el espacio: una
estampa enfocada en un plano medio que, con un zoom inverso (para atrás), se abre a un plano general o, incluso, a
una panorámica (como ya había hecho en La
naranja mecánica). De este hecho proviene el carácter pictórico de buena
parte de la película. Al contrario de lo que se suele afirmar, además de lentes
especialmente diseñadas para captar la iluminación de las velas, John Alcott contó
también con iluminación artificial para las escenas nocturnas y de interior, renunciando a varias capas de profundidad en el campo visual.
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