domingo, 30 de junio de 2013

El club de la lucha

4*

Al final de 2013: rescate en L.A., de John Carpenter, Serpiente Plissken mira a la cámara, se enciende un cigarillo y afirma: “bienvenidos a la raza humana”. Se han desactivado todos los productos tecnológicos de la tierra y, de alguna manera, volvemos a una forma de vida más pura, menos artificial. La premisa argumental de The Fight Club es la siguiente: un individuo insomne y pusilánime (Edward Norton), conoce a un personaje que fabrica jabón y que le hace reflexionar sobre su intrascendente y cobarde estilo de vida. El fabricante de jabón y el oficinista renegado se convierten, así, en alter egos, en el doctor Jeckill y el señor Hyde, en una extraña especie de heterónimos vitales. Juntos organizan un club de lucha para endurecerse, compartirlo con extraños y ayudarse unos a otros a  sentirse vivos. Pero Tyler Durden (Brad Pitt), tiene un sueño más grande: hacer regresar a la humanidad a un momento de la evolución en el que todo lo falso de la civilización sea sustituido por formas más creativas y vitales de supervivencia. El argumento no deja de ser fascinante aunque falsamente original. Una sociedad hipermaterialista e hipócrita es el caldo de cultivo perfecto para el canto de guerra de Theophile Gautier: “antes la barbarie que el tedio”. Tanto la novela (de Chuck Palahniuk) como esta absorvente adaptación (de David Fincher) subrayan la falta de libertad de las sociedades occidentales a través de un conjunto de filigranas argumentales, filosóficas y estéticas. La fotografía, sucia y verdosa, recuerda la estética que fotografió Darius Kohndji para Se7en. El film se completa con un puñado de antológicas interpretaciones, aunque narrativamente pierde un poco el ritmo en su tramo final, que no llega a ser emocionalmente apocalíptico




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