Excelente película sobre una atrocidad que ha persistido hasta hace bien poco tiempo: linchar
a un sospechoso sin juicio previo. Por ello, el film es también una crítica de la venganza privada y, por
extensión, de la pena de muerte. El argumento y la perspectiva moral están en
la línea, por tanto, de Furia, de
Fritz Lang, o de La ley de la horca,
de Robert Wise. Y, más reciente y matizadamente, de Ejecución inminente o de Pena
de muerte. También se debe relacionar con Doce hombres sin piedad y no solamente por el personaje de Henry Fonda.
La posición del film podría resumirse con la frase de Yaphet Kotto en El póquer de la muerte: “no me gustan los que linchan. Habría que pagarles con la misma moneda”. William
Wellman dirige la historia mediante una magnífica puesta en escena, sobria
y exquisita a partes iguales, repleta de encuadres precisos y que cuenta con varios planos de una gravedad
ética apabullante, un uso del fuera de campo muy decoroso, multitud de diálogos
sabiamente escritos y un conjunto de interpretaciones suficientemente
matizadas. La película está rodada en los estudios de la 20th Century Fox y
goza de una fluidez narrativa y dramática envidiable, hasta el punto de parecer
una pequeña pieza de joyería, como El cielo amarillo. Como dato importante, se asigna a un actor de raza negra un
personaje de gran conciencia moral, lo cual no era muy usual en la época, 1943. Por cierto, durante el visionado, puede resonar en el espectador una de las obras maestras de Ambrose Bierce, An Occurrence at Owl Creek Bridge.
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