Riccardo Freda
fue uno de esos directores que probó suerte en casi todos los géneros
conocidos, incluido el gótico italiano
(ese raro subgénero que creció en paralelo a las producciones de Roger Corman y
de la Hammer sobre Edgar A. Poe y los monstruos literarios clásicos, respectivamente), en
el que destacan films como El justiciero rojo, El molino de las mujeres de piedra o El cuerpo y el látigo. En esta película de 1956, Freda cuenta una
historia cuasi folletinesca de misterios, secuestros y asesinatos, con el
típico mad doctor de por medio. En
este caso, al servicio de una aristocrática dama que desea recuperar su
juventud para seducir a un periodista que es el hijo de alguien a quien, tiempo
ha, no pudo seducir ni enamorar. Para ello, el susodicho mad doctor debe inocular a la anciana y despechada protagonista la
sangre de las muchachas secuestradas (en la línea de la Condesa Bathory), para,
con ello, renovar su juventud y su belleza. Lo más destacable de esta película
es el diseño gótico de la producción (obra de Beni Montresor), la majestuosa puesta en escena y la fotografía
en blanco y negro de Mario Bava, quien, por cierto, aplicaría buena parte de lo
aprendido en su maravillosa La máscaradel demonio. Por otro lado, el propio Freda continuaría esta veta abierta
con Lo spettro, al igual que Antonio
Margheriti y su Danza Macabra, de
1964, protagonizadas ambas por la recurrente Barbara Steele. Una de las primeras, por no decir la primera, manifestación del horror gótico italiano.
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