miércoles, 27 de febrero de 2013

La clase obrera va al paraiso

4*

El cine de los setenta está lleno de joyas olvidadas como esta, nada menos que Palma de Oro en Cannes en 1971. Elio Petri dirige una suite barroca, dividida en varios movimientos, sobre el despertar ideológico (y, por tanto, socio-político) de un obrero, otrora “ejemplar”, que se vuelve consciente de su condición. Para ello, el director introduce un catalizador dramático, convirtiendo la historia en una metáfora de una clase obrera que, mientras no tiene problemas, respeta  el status quo y no se cuestiona nada y de una clase empresarial, propietaria, que es capaz de convertir una fábrica casi en una cárcel y el trabajo en una actividad alienante. Y esta es, tal cual, la dialéctica del amo y del esclavo de la que habló G.W.F. Hegel. Petri escribe a dos manos con su habitual Ugo Pirro, el mismo con quien retrató los cargos de conciencia de la burguesía en El amargo deseo de la propiedad, el mismo con quien escribió sobre la corrupción policial en Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha. Por otro lado, todo el discurso fílmico, anticapitalista, recuerda a esa mezcla de filosofía postestructuralista francesa, maoísmo y estudios clínicos sobre la locura, propio de autores como Gilles Deluze o Felix Guattari. Gian María Volonté, un actor todoterreno, compone uno de sus mejores papeles, infundiéndole fuerza, dramatismo y un cierto patetismo no exento de humor. Las referencias visuales, por su parte, van desde Metrópolis de Fritz Lang y Tiempos modernos de Charles Chaplin hasta Tati y Costa-Gavras pasando por la intelectualizada obra del Grupo Dziga Vertov (como Luchas en Italia). Pero, por suerte, no llega al nivel experimental de Todo va bien, estrenada el año siguiente. La fotografía es del habitual Luigi Kuveiller y la música del (casi) siempre efectivo Ennio Morricone.



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