Es fascinante disfrutar de una de
esas road movies tan queridas en el
cine de Buñuel, en este caso sobre la vida de un humilde cura rural, Don Nazario (“beato”, “carroña de santurrón”), interpretado por Francisco Rabal.
Una vez que es privado de sus hábitos por una falsa acusación, Nazarín se
dedica a recorrer los caminos del señor intentando hacer el bien, como un
quijote pío ( “enderezando entuertos y desfaciendo agravios”), y con la
compañía de dos mujeres (“ignorantes”, “supersticiosas”), que llevan los
demonios dentro. Lo curioso es (y he aquí el genio del aragonés) que las cosas
buenas también engendran maldades, como muy bien sabía el Divino Marqués, autor
de cabecera de Don Luis. Como el mismo Buñuel afirma en sus divertidísimas
memorias, Mi último suspiro, estamos
ante la primera adaptación de una novela del gran Benito Pérez Galdós. De es "cura itinerante", que diría Carlos Fuentes. Una
adaptación bastante libre, eso sí. Para ello, como el mismo Buñuel reconoce, al
no ser demasiado talentoso con la pluma, se acompaña de su habitual partenaire charro en las labores de
guión, imprescindibles para la elaboración al baño maría de un buen film. Así, si Berlanga tenía a Azcona,
el Buñuel mexicano tuvo a Luis Alcoriza. Y el Buñuel internacional tendrá a
Carriere, como todo el mundo sabe. Una de las obras maestras del de Calanda, en
su etapa mexicana, y una auténtica película 100% anti-trendy.
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