1973, Estado de Tennessee, USA: la
Guerra de Vietnam ha terminado, los derechos civiles están siendo conculcados y
los negros no tienen las mismas libertades que los blancos. En este contexto, un
tal Buford (Joe Don Baker) regresa a su hogar y descubre que la corrupción, la
prostitución y las destilerías ilegales campan a sus anchas en su pueblo natal.
Se hace con el puesto de Sheriff y comienza la limpieza urbana frente a todo
tipo de amenazas, intimidaciones e intentos de asesinato. Extraña película de
serie B, con el protagonismo de un sólido actor de reparto USAmericano y en la
línea de todas esas producciones tan queridas por el público masculino sobre
individuos con un alto concepto de la justicia que, por razones sociológicas,
se vuelven unos auténticos punishers.
Con la ayuda de su familia, un negro y otros ayudantes, Buford luchará vehementemente
para defender una concepción decente de la vida en sociedad y contra todos los
vicios que sufre su ciudad. Pero no será un camino de rosas sino, al contrario,
algo realmente trágico, una lección de vida. Estamos ante una violenta metáfora
de la corrupción que asola al país, filmada con cierta habilidad y basada en
hechos reales. La moraleja del film
es que, con fuerza y una buena estaca de madera, los malos tienen mucho que
perder. Es decir, la moraleja es una estupidez porque en la vida real hace
falta mucho más para poner las cosas en su sitio. Y, sin embargo, la película
tiene cierta gracia y se sigue con interés, aunque se extiende hasta los 120’.
Se han hecho varias continuaciones e, incluso, un remake reciente. Por cierto, el mismo director había rodado una historia de temática similar, El imperio del terror, aunque de bien diferentes resultados.
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