martes, 21 de junio de 2016

Los chicos

3*

Marco Ferrari, escarmentado por el poco éxito y la mayor polémica de El pisito, cambia de guionista para rodar esta amable elegía a la juventud madrileña de finales de la década autárquica, los cincuenta, ese Madrid “de chantillí y nata” que pretende esconder su espina dorsal tremendista. En justicia, no abandona el interés por las clases trabajadoras, su cotidianeidad y sus miserias, unas clases proletarias que terminarían por nutrir el ascenso de las clases medias consumistas de los sesenta, por lo que la película acaba siendo un pequeño retrato coral de la vida juvenil en la capital, con cierta gracia, mucho olor a tabaco y a callos y con no poca ironía. Sin embargo, la cuidada planificación, el aire melodramático, un montaje narrativo en el que se van solapando diversas historias, el estandarizado doblaje (recordemos que los principales protagonistas son actores amateurs), todo ello transforma el producto en una versión desnatada de ese neorrealismo italiano, mucho más comprometido y crudo que el español, que fue importado por los Nieves Conde, los Juan Antonio Bardem y los Luis García Berlanga de la época, al calor de las Conversaciones de Salamanca. Como metáfora del film, ese grajo encerrado en una minúscula jaula, imagen y símbolo de una sociedad enclaustrada en su mediocridad e insensible ante las conquistas de la modernidad. Como decía Rafael Azcona, en la España de la época, cuando un bebé berreaba en una plaza de toros, y no dejaba de molestar, la madre le miraba con ternura y le decía: “calla, rey de España, y mira como el toro le saca las tripas al caballito”. ¡Así es la piel de toro!

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