sábado, 15 de diciembre de 2012

Juegos secretos

3*
Las apariencias engañan. La normalidad suele esconder sombras de represión e infelicidad. Y lo anormal, en la mayoría de las casos, no es ni tan grave ni tan peligroso como la normalidad imagina. La historia de Juegos secretos se desarrolla en un barrio residencial normal. Un barrio de clase media holgada, con matrimonios, hijos pequeños y unos padres que esconden distintas adicciones, traumas o algún tipo de extraño secreto, que la gente normal esconde a sus semejantes y suele estar relacionado con una filia sexual, como en Hapiness, de Todd Solonz. En el centro de la trama, Sarah (Kate Winslet), una especie de Emma Bovary contemporánea, que busca realizarse más allá de su papel de esposa y de madre y que, un buen día, topa con un hombre en su misma situación, Brad (Patrick Wilson). Sus respectivas parejas les desatienden y minusvaloran y por ello se desencadena toda la trama. En el plano artístico, junto a una narración que ha sido encuadrada y montada de forma convencional, el director va insertando pequeños y cinéfilos detalles: un zoom hacia atrás a lo Kubrick, unos planos de detalle a lo Wes Anderson, algunos motivos utilizados por Gus Van Sant, esa saturación de luz a lo Soderberg, una morosidad a lo Shyamalan, una planificación a lo Sam Mendes, etc. Sin embargo, hay varios destellos de auténtica personalidad, como en la puesta en escena en la secuencia de la piscina. Por otro lado, los actores están realmente bien, en particular Kate Winslet y Jackie Earle Haley. Además, el guión esta construido con una tercera persona en voz en off, que es el narrador, que sobrevuela por encima del comportamiento de los personajes y da sentido a una historia que finalmente, de una insólita manera, consigue situar a cada personaje un poco más allá de donde estaban al comenzar la película. Un drama en la línea de En la habitación, la ópera prima del director, Todd Field





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