domingo, 9 de marzo de 2014

El proceso paradine

3.5*

Alfred Hitchcock tiene una de las filmografías más absorbentes de la historia del cine. A pesar de sus continuas manipulaciones, errores y macguffins, el orondo director ha conseguido pergeñar un buen puñado de obras maestras, atestadas de una poderosísima fuerza visual. Hitchcock sabía contar una historia, crear el suspense, retorcer sus tiempos, encadenar situaciones, mantener el misterio y la ambigüedad. En esta película, por ejemplo, hay unas cuantas escenas narradas de una forma sincrética al alcance de muy pocos (las tomas de transición de la primera parte del film, por ejemplo), un muestrario completo de encuadres (incluyendo un plano wellesiano del dormitorio de la pareja protagonista) o con un uso del movimiento de cámara que dice más de lo que muestra (como ese travelling circular alrededor de Gregory Peck). De una sutileza psicológica maravillosa (atención a las conversaciones entre Gregory Peck y Ann Todd) la película cuenta con una Alida Valli, de origen aristocrático, que convence con su papel de mujer fría y extrañamente serena. Por cierto, es de justicia destacar a los secundarios (Charles Coburn, Ethel Barrimore, Louis Jourdan y Charles Laughton, nada menos). El espectador perspicaz, como el propio François Truffaut, podría preguntarse, ¿pero quién ha seleccionado el casting? Efectivamente, Selznick impuso casi todo el reparto, lo que produce no pocas reticencias en el espectador. Sin embargo, el resultado final es absorvente y admirable, aunque el desarrollo de la historia pueda parecer un tanto previsible e, incluso, pueda hacerse un tanto pesado. Hay películas cuya trama no se debería explicar. Esta es una de ellas: mejor véanla, aunque sea una obra menor, y amplien su alma.




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