Si una maravilla puede ser medida, ésta tuvo lugar
en 9 días. Así comienza La
década prodigiosa, enesimo jeroglífico de suspense del director francés
Claude Chabrol, que comienza la década de los setenta en plena efervescencia
profesional con un film sobre la
obsesión y el tiempo. Hans Ulrich Gumbrecht ha publicado su personal intento de
capturar a través del lenguaje un año, 1926. El resultado es un caleidoscopio
de escenas, informaciones y sensaciones la mar de estimulante. Theo van Horn
(Orson Welles) es un empresario millonario que vive en una mansión en Alsacia
simulando vivir en 1925, para lo cual tiene sometido a su capricho a todas las
personas que le rodean. Está casado con Helena (Marlen Jobert), la hija de uno
de sus empleados, y tiene por hijo a un enfermo mental (Anthony Perkins), cuyo
profesor pasa unos días con toda la familia (Michel Piccoli). Pronton
comenzarán a sucederse los hechos misteriosos que irán encadenando un imprevisible
plan diabólico. El argumento, basado en una novela de Ellery Queen, es
presentado por Chabrol como una reflexión sobre la moral y la religión, con ese
cariño suyo por el thriller
USAmericano aunque con las formas, algunas veces grandilocuentes, del exploitation europeo. En todo caso, cualquier espectador ligeramente avezado descubrirá que
la trama está en la base de decenas de policiacos contemporáneos. Por otro
lado, según avanzan los 9 días, uno comienza a pensar en Malpertuis (una
mansión, un misterio, unos dioses y Orson Welles). Sin llegar a la altura de El carnicero, Les bonnes fennes o Al
anochecer, estamos, por tanto, ante un film
fallido que, sin embargo, se sigue con cierto interés a pesar de que la pericia
del director no consige ahuyentar, en ningún momento, la mosca detrás de la
oreja del público. Por cierto, atención a alguno de los modelitos del señor Perkins.
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