Una de las características
principales de la industria hollywoodiense de comienzos del siglo XXI es su
recurrencia al remake. La falta de
ideas, el conservadurismo narrativo o la cobardía financiera han explosionado
en una cultura cinematográfica plagada de revisitaciones de clásicos o de
cintas de culto de varias décadas, normalmente con más pena que gloria. En este
caso, Denis Villeneuve y los guionistas originales del mítico film de Ridley Scott sobre la obra de
Philip K. Dick han decidido situarse a medio camino entre el remake y la secuela pues, si bien es
verdad que estamos ante una película que “continúa” la historia original, lo
hace recreando tanto el mundo futuro de la original como sus principales
elementos técnico-artísticos (con cientos de homenajes y guiños a la obra
original, por cierto, aunque con unas curiosas y sorprendentes novedades,
algunas de las cuales están bien pegaditas a la obra de Satoshi Kon, por cierto).
Por eso, Blade Runner 2049 es un film replicante y replicado del ADN inicial
y, por tanto, un film con fecha de
caducidad. El actor con la cara de pena más rentable del cine actual, pone el
físico a un nuevo caza robots que debe desenmascarar toda una conspiración milenarista
revolucionaria, en plan Matrix. Si el
clásico de ciencia ficción de Scott no se caracterizaba por su especial
complejidad sino por su parsimonia y atmosférica ambigüedad, Villeneuve ha
decidido abrir la puerta a una franquicia en la que se pueden esperar tantas
sorpresas y tantos vacíos como en la saga Alien,
otra franquicia descontrolada (aunque entretenida). El ritmo del visionado, eso
sí, puede ayudar a buena parte de los espectadores a relajarse del ajetreado y
típico timing urbanita del 2017.