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Enésimo intento por parte de las
majors de Hollywood (en este caso, la
Warner y Legendary) de resucitar al mítico superhéroe de Kripton, este
film de Zack Snyder es como la grandilocuente
carrocería de un coche que no tiene nada por dentro. O bien, que tiene mucha
menos potencia y comodidad de los que sus fulgores exteriores anuncian. Estamos
ante un
puro espectáculo desdramatizado, en su mayor parte, ridículo en muchas
ocasiones e infantil en casi todo su metraje. El nuevo Superman es un tipo que
no tiene ricito en la frente pero al que se le salen los pelos del pecho por
encima del traje… Además, los actores no están especialmente bien elegidos para
sus roles (mención aparte es el intento ese bienpensante de sustituir un
personaje mítico por un actor negro, como el Nick Furia de la Marvel) y los
efectos especiales se han quedado obsoletos el mismo día de su estreno (batiburrillo
CGI). La fotografía, por supuesto, tiene la personalidad típica del
Blockbuster de turno (azulada, acerada,
fría, como un buen centro comercial). La música es un mejunje aparte, ya que es
una partitura rutinaria que tiene la extraña virtud de sobrar casi
constantemente. En definitiva, otro intento en balde por acercar una mitología
portentosa, que tuvo una enorme función sociológica durante los años cuarenta
del siglo XX y, particularmente, durante las postrimerías de la irredenta
década de los setenta y buena parte de la ultraconservadora década de los
ochenta, pero que, ahora, no termina de encontrar la forma de resucitar en el
seno de una sociedad consumista, individualista y cínica. Para más INRI, la
película se estira hasta esos
supuestamente épicos 143 minutos. No por
casualidad, detrás del guión está el prepotente y vacuo Christopher Nolan.