Uno de los slashers más
curiosos y atmosféricos de finales de los ochenta, en parte gracias al carácter
sobrenatural de todo el film (en la
línea de El muñeco diabólico o de Shocker) pero también en parte a que se trata
de una película sudafricana. Con claras influencias del Suspiria de Argento, John Bernard, el director, se marca un
estupendo thriller de asesinatos
sangrientos (que es, más menos, lo que quiere decir
slasher), en el marco de un colegio europeo y
católico para señoritas. La excusa argumental consiste en que un serial killer, “el ángel de las tinieblas”, es ajusticiado por la ley pero vuelve de la tumba para cobrarse su
personal venganza. Mucha cámara subjetiva, una banda sonora apropiada a la
trama, buena iluminación, un buen grupete de potenciales víctimas, buenos
momentos atmosféricos, fuerzas del mal descontroladas y varios de los elementos
del subgénero... Pero poco más… De hecho, la película puede defraudar por
varias razones, incluyendo su extraño montaje y su deficitario guión, así como varios
maquillajes y efectos... Atención, por cierto, a la escena del corazón volador
o a las protagonizadas por el “monstruillo” de ojos rojos! ¡Tremendas! ¡“matadla”!
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