En una Inglaterra salpicada de violencia y en el marco de la Revolución inglesa de Oliver Cronwell contra los
ejércitos realistas, se desata la histeria contra las supersticiones y la brujería,
tutelada con pulso firme por Matthew Hopkins (Vincent Price) y su esbirro, el
torturador John Stearne (Robert Russell). Por otro lado, Richard Marshall (Ian
Ogilvy), un soldado del Parlamento, solicita al pastor John Lowes casarse con
su hija sin saber que, en cuanto abandone la ciudad, el propio pastor será víctima
de arbitrarias acusaciones. Tal y como unos pocos años después se haría en
Salem. Tal y como ha pasado siempre allí donde ha estado la iglesia. La
película, por tanto, se centra en las prácticas contra la brujería del siglo
XVII, que tan suculentamente estudió el erudito Montague Summers en su The History of Witchcraft and Demonology.
Michael Reeves, tras rodar Los brujos,
firmaría este, su último trabajo, ya que La
caja oblonga la tendría que terminar Gordon Hessler porque, como escribe
Kim Newman en su extraordinaria Nightmare
Movies, Reeves se suicidó en 1969. La película tiene una violencia inusual
para el cine británico de la época (tan puritano como siempre), mantiene
constantemente la atención y se resuelve de una forma harto admirable, por su
carácter desquiciado. Por cierto, Price está especialmente malvado, torvo, y su
interpretación es de una sutileza admirable.
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