martes, 28 de octubre de 2014

La isla mínima

3*

Es sorprendente descubrir la enorme aceptación que ha tenido la última película de Alberto Rodríguez en España. La crítica ha consensuado una recepción muy positiva, para no desentonar ni con la época ni con el espítiru del film, ya que se desarrolla en los últimos años de la transición. Y ello es sorprendente porque no debería ser excepcional rodar una película como ésta. Al contrario: tendría que ser lo normal. Como normal es la historia y la idiosincrasia con la que está narrada. Aunque la factura técnica general es estupenda, eso es verdad. Y en todos los niveles. En 1980, un par de policias de métodos y orígenes muy diversos tienen que desplazarse a un pueblo marismeño para investigar unas desapariciones. Poco a poco, irán desembuchando una trama de engaños, secuestros, torturas y asesinatos en la que cada habitante del lugar casi parece que tiene un papel asignado y predeterminado. Con una estética muy deudora del thriller surcoreano reciente (Memories of Murder mediante) y un guión de lo más ramplón, Rodríguez intenta hacer creíbles a dos actores que no terminan de fusionarse con sus personajes. Especialmente inverosímil está Raúl Arévalo, que ha decidido arrastrar por todo el metraje una cara de persona seria para así parecer serio. Algo que no consigue. Porque una cosa es ser serio y otra parecerlo. De hecho, una cosa es ser un policía y otra ser un ser humano inexpresivo. Los secundarios, sin embargo, están bastante más convincentes. Lo más sorprendente de la película, por otro lado, es la idea que se revela al final (y que ya ha estado revoloteando en la mente del espectador medio pese al aturdimiento que consiguen crear tanto el ritmo de la trama, como las contínuas elipsis o la BSO del gran Julio de la Rosa), una idea que escupe al espectador una crítica muy poderosa: que también en el lado de la ley hay hijosdeputa. Y que los que torturan, asesinan y explotan no tienen por qué ser seres deformes, monstruos físicos u outsiders infelices. La ley también necesita del mal. Por cierto, los famosos títulos de crédito parecen inspirados en la fotografía y en los films de Yann Arthus-Bertrand. O en el comienzo de Conflicto de intereses.


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