Toni
Scott dirige este remake, sobre una
historia repleta de tópicos (en la trama, en los diálogos, en los
personajes) y con su característico estilo videoclipero (con la complicidad del director de fotografía y del montador). Además, la trama está muy estirada en su desarrollo, aunque para hacer creíble
la cruzada personal del protagonista, el comienzo no está mal planteado. Sin
embargo, la segunda parte de la historia se aleja de una duración adecuada.
Ideológicamente, la trama es, cuando menos, perversa: un asesino especializado
en la lucha contra la insurgencia, se vuelca en la protección de la hija de
unos padres adinerados, en el México DF actual y en el contexto de un rebrote de
secuestros cometidos por hermandades de sicarios. Pero las
cosas se complican, por lo que Creasy (Denzel Washington, en un papel que había
bordado años antes Scott Glenn) deberá luchar contra su alcoholismo y hacer uso de toda su experiencia acumulada [Spoiler: Como es natural, tras el asesinato de la niña, el ex asesino profesional no derrama ni una lágrima y se pone manos a la obra: vengar violentamente la muerte de la pequeña, óptimamente interpretada por Dakota Fanning]. Así, el ex mercenario, para administrar justicia y con la intención de justificar sus remordimientos y sus dilemas morales, pasa del asesinato al cristianismo, de la pistola a la Biblia , de una forma muy abrupta e inverosímil. Y lo hace con esa
ligereza tan propia de los pistoleros fundamentalistas USAmericanos. Completan
el reparto un plantel de extrañas figuras, que atestiguan el carácter enlatado
del producto: Marc Anthony, Radha Mitchell, Christopher Walken, Giancarlo
Giannini y Mickey Rourke. Finalmente, es una película tramposa (a cuento de qué
conservan los secuestradores ese as en la manga) y lacrimosa, por cuanto
pretende hacer pasar una venganza ajena por una redención personal.
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