Entrañable producción de aventuras de 1939, dirigida por
el gran artesano Richard Thorpe, que ha resistido el paso del tiempo con bastante fortuna y que
tiene todos los elementos que hicieron grande al mito de Tarzán, tal y como lo encarnó Johnny
Weissmuller: Jane (Maureen O’Sullivan), una mujer hermosa a su lado; la vida en
la naturaleza; la compañía de la simpática e inteligente Chita; ingeniosos gadgets (que luego imitarían Los Picapiedra); lianas y zambullidos varios; animales salvajes (leones, cocodrilos,
elefantes); la llamada de la selva de
Tarzán; exploradores ingleses; tribus africanas; sacrificios humanos; y,
para terminar de redondear la estampa, un hijo, Boy, que es el único superviviente
de un accidente de avión al que, 7 años después, vienen a buscar sus ambiciosos
familiares de la Metrópoli. Eficientemente narrada aunque con fallos de todo
tipo (de raccord, montaje, guión,
etc.), la película, en la actualidad, deja traslucir la mentalidad conservadora y cuasi
racista de Edgar R. Burroughs, especialmente respecto de la concepción de la familia
y de la misión civilizatoria del hombre blanco, contra la que (por las mismas
fechas) se había pronunciado críticamente Joseph Conrad. Por otro lado, resulta
expresivo comprobar que la vida que lleva Tarzán en la naturaleza es bastante
asexuada. No es el mejor film de la
serie pero se deja ver muy agradablemente (nostalgias aparte) por su conseguida
mezcla de acción, aventuras, comedia, suspense y humor.
Sin embargo, como adaptación,
no está a la altura de la cuidadosa versión de Hugh Hudson.
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