El Apocalipsis ya no es lo que era. Ni científicos, ni
políticos ni esperanzas: solo seres humanos pasándolo mal e intentando
sobrevivir en un post mundo hostil y asilvestrado, muy asilvestrado, como en La carretera, de John Hillcoat, o en la
regular serie de TV The Walking Dead.
El inquieto Lars von Trier no quería dejar escapar la ocasión de regalarnos su
visión de una humanidad condenada a la extinción y nos ofrece una decepcionante
reflexión post enlace matrimonial (que, además, es de alto copete), con ínfulas
psicológicas y complacencias estéticas (entre Kubrick, los Prerafaelitas y
Tarkovsky), que no levanta el vuelo en ningún momento y que, además, se pasa Dogma por el forro (como ya viene siendo habitual). Y es que una
película es algo más que un conjunto sucesivo de imágenes hermosas y un
preludio de Wagner: es una historia interesante, bien narrada y con personajes estimulantes,
todo lo cual está ausente de esta película. Los personajes son cansinos y
estereotipados (la mayoría, gente pudiente, orgullosa, estúpida y desencantada),
el argumento es mediocre (y juega algunas de sus principales bazas a intentar
provocar al espectador), no está bien narrada (aburre y los dos puntos de vista
no aportan nada sustancial), la inquieta cámara acaba fastidiando y,
cinematográficamente, es un vil saqueo de varias películas, incluso algunas del
propio von Trier (Sacrificio, El padrino, Celebración o Rompiendo las olas, por ejemplo). Incluso los nombres de las dos
partes, Justine (Kirsten Dunst) y Claire (Charlotte Gainsbourg), han sido elegidos consciente pero gratuitamente. Steve
Carrell y Keira Knightley lo hacían un poquito mejor (y, sobre todo, más
humildemente) en la contemporánea Seeking
a Friend for the End of the World. Incluso la fallida 4:44 Last Day on Earth, de Abel Ferrara, es un poquito más entretenida. Y, por supuesto, son más interesantes las
preguntas que se hizo Murakami, a mediados de los ochenta, en The Age of Stupid. Hard-Boiled Wonderland and The End of The World.
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