Edgar Allan Poe
no fue el primero en contar historias de amor interrumpidas por la muerte de
una mujer y, por lo tanto, de un amor más allá de la muerte. Sin embargo, fue uno de los más convincentes, como lo
demuestran sus variaciones sobre el tema en La
caída de la casa Usher, Ligeia o Morella. O en El cuervo. Textos oníricos, macabros y simbólicos a partes iguales,
como podría decir Edmund Wilson. Y es que el propio Poe consideraba que no hay
nada más sublime para el arte poético que la muerte de una mujer hermosa. Sobre
esta tradición, Robert Fuest nos regala uno de sus mejores films. Vincent Price interpreta al desfigurado Doctor Phibes quien,
tras el fallecimiento de su bella esposa, pretende vengarse de los médicos
responsables de su muerte. Para ello, sigue el esquema de las 10 maldiciones de
la tradición bíblica (lo que supone un auténtico antecedente para los psicokillers actuales tipo Sev7n), con maníaca precisión y
originales métodos. Frente a él, Scotland
Yard y un tal doctor Veselius, interpretado por Joseph Cotten. La película
cuenta con un diseño de producción y unos decorados absolutamente retro pulp pero de una belleza cautivadora. Por
otro lado, el Doctor Phibes es abominable, ciertamente, pero también es un
hombre enamorado, romántico hasta la médula y que, para más inri,
toca el órgano en esa rancia tradición de outsiders
sociales como el Capitán Nemo. Por curiosidad, se podría especular sobre la influencia
de El fantasma de la Ópera y de Los crímenes del museo de cera y, a su
vez, sobre la proyección en El fantasma
del Paraíso. En todo caso, al año siguiente (en 1972), el mismo director rodaría
una secuela.
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