En un ensayo de 1927, Sigmund Freud se propuso estudiar el
humor, sus formas y sus beneficios. Curiosamente, llegó a la conclusión de que el
humor es una actitud que no todos los seres humanos tienen y que, de hecho, es
un regalo precioso. Como precioso que es, Winston Churchill afirmó que el humor nos
proteje de lo que somos, mientras que la imaginación nos proteje de lo que no
podemos ser. Hasta que aparece Roberto Benigni. Loris (el propio Benigni), un insólito
y miserable personaje que se dedica a llevar y traer diversos maniquíes y a otros
extraños escarceos, es confundido con un peligroso maníaco sexual al que la
policía lleva 12 años persiguiendo (la confusión de identidades es, también, la
premisa básica de Johnny Palillo). A
partir de ese momento, se sucederan todo tipo de situaciones en las que los
agentes de la ley le siguen los talones con la ayuda de una agente de paisano
que actúa como gancho (Nicoletta Braschi, la propia mujer de Benigni). El
director de La vida es bella presenta
una parodia de las películas USAmericanas de asesinos psicópatas, con varios
homenajes inteligentes y nada rebuscados a algunos clásicos del género (desde La matanza de Texas a los giallos de Argento) pero con un final
próspero y feliz. La figura de Beningni -desgarbada, descuidada, desastrosa pero
tierna- hace el resto en una ingeniosa composición de gags, mordazmente
resueltos, con un tipo de humor a la italiana, basado en el sexo, la
exageración expresiva y la picaresca diaria. Y todo ello en el contexto de una geografía
cuasi abstracta que podría remitir a las películas de Jacques Tati. La única
pega del film es el ritmo, un tanto estirado en algunas ocasiones (especialmente en su segunda mitad), lo que
reduce la capacidad cómica final del producto. En todo caso, la historia es bastante
divertida y, en general, respeta y entretiene convenientemente al espectador.
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