Quentin Tarantino ha dicho en varias ocasiones que el origen de su Malditos bastardos hay que buscarlo en
un pequeño film de Enzo G. Castellari
(de hecho, el propio título es un homenaje a esta película de 1978). Por otro
lado, Harold Bloom ha resaltado en toda su carrera a los ensayistas y a los
escritores proféticos, aquellos que nos ayudan “a convertirnos en lo que somos como
individualidades con preocupaciones, más que como individualistas indiferentes
a nosotros mismos y a los demás”. De alguna forma, el tipo de cine rodado por
Castellari (irónica serie B de género) prefigura la propia obra de Tarantino.
Esta película es una muestra excelente: un replanteamiento del género bélico
(desde El tren hasta los Doce del patíbulo), con una
extraordinaria concepción de la trama (entretenidísima) y del montaje y un
espíritu irónico salpicando todo el producto, desde el diseño de personajes y
la concepción de la música hasta los diálogos, la crítica del estamento militar
y el propio final. Igual es un poco exagerado comparar a Castellari con un
cineasta profético pero la comparación se sostiene igualmente: sin este tipo de
cine corrosivo, visto y deglutido por Tarantino en su juventud, probablemente,
su personalísimo estilo nunca se hubiera desarrollado.
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