El inspector Crisanto (Eusebio Poncela) regresa
a Madrid tras un periodo de convalencia en Berlín. A su llegada, un íntimo
amigo y superior suyo muere asesinado justo el mismo día en el que le asigna el
llamado “caso del Malayo”. Con un Eusebio Poncela pre-Carvalho, el ex-diplomático José Antonio
Zorrilla compone un neo-noir castizo,
un capítulo más que digno de esa serie negra madrileña, en la línea de Juan
Madrid, con los servicios secretos españoles, la antigua dirección general de
seguridad y las altas esferas de por medio, en un ambiente de consolidación
democrática tras la dictadura franquista y el golpe de estado del 82, es decir,
en un ambiente policial que no fue purgado y donde las nuevas costumbres
democráticas todavía no han hechado raíces (¡ese retrato de Juan Carlos I
todavía por colgar!). Además, Zorrilla pasea la trama por una geografía urbana
variada y bien elegida e introduce la cámara en distintos ambientes quinquis,
de miseria y underground de la época,
lo que le confiere una pátina de verosimilitud y credibilidad, a la que hay que
añadir ciertos homenajes cinéfilos (desde Taxi
Driver a Gallos de pelea). El
principal fallo de la cinta es, no obstante, la labor de algunos actores.
Incluso el propio Poncela desbarra en algunas ocasiones (como en la escena de
la pesadilla, por ejemplo). Además, algunas secuencias, algunos diálogos y
algunos nombres de personajes (Secundino Pelayo, sic) sonrojan de tanto en
tanto. En todo caso, un film
estimable, por la valentía de su planteamiento (eran los tiempos de los GAL) y por su correctísima ejecución.
Recordemos que José Luís Garci había estrenado su estupendo El Crack justo un par de años antes, en
1981. Y recordemos también que, en 1988, se estrenaría un film sobre un caso de corrupcion real ocurrido en Vigo, Redondela.
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