El afectuoso científico Jorge Serra Hamilton (último
papel del entrañable Edmund Gwenn) huye de sus contactos con la ciencia y los militares y se refugia en un pequeño pueblo de la costa española, símbolo del
país en su conjunto. Corre el año de 1956 y entre las gentes mediterráneas no
se conoce casi nada de la energía nuclear ni de las bombas atómicas, handicap que al doctor le parece algo
encantador, tanto como la misma vida del pueblo, rebosante de autenticidad pero
también de peculiaridades esperpento-surrealísticas. Crítica hermosa de la
estupidez autodestructiva humana (en un nivel), canto a la sencillez de las
formas de vida rurales (en el otro), aunque sin escatimar varias bofetadas a
esa forma de vida carpetovetónica tan nuestra (con el cura, el cabo de la
guardia civil, el alcalde y el falangista controlando todo lo que pasa en la
comunidad). Como decía el propio Berlanga, una película un tanto patriarcal y
bocetística pero que, sin embargo, se cuenta entre las producciones más
modernas del cineasta. Repleta de esa sabiduría concentrada en planos
secuencia, prototipo de la puesta en escena que caracterizaría el cine
posterior del genio valenciano, el film
(curiosamente) no está escrito por el tándem Berlanga/Azcona. Y eso se nota,
por cierto, ya que el resultado final tiene algún que otro bajón rítmico y
dramático. En todo caso, una maravilla de película, rodada en plena autarquía
franquista aunque con la vista puesta en otras realidades.
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