Kenneth Rexroth escribió que “la
civilización occidental dejó de existir después de la Segunda Guerra Mundial.
Vivimos en un cadáver que se agita como una rana muerta en un cable con corriente”.
Bueno, puede ser una rana o una rata, que es el símbolo de la decrepitud que
manejan Don DeLillo y David Cronenberg en esta nueva incursión del director
canadiense en su particular análisis de las bases del discurso de la
postmodernidad milenarista, tras su particular digresión sobre Freud y el inconsciente.
Usando una limusina como icono del cibercapitalismo actual, Cronenberg toca
fondo con una película petulante y pretenciosa, con ciertos destellos de auténtica
originalidad cronenbergiana (bien es verdad) pero aburrida y superficial a más
no poder. La historia es muy sencilla: con el Apocalipsis de fondo, estamos
ante una narración digresiva en la
que un broker multimillonario recorre
una ciudad newyorkizada para cortarse
el pelo. Sobre tamaña chorrada se levante el film. No por casualidad, el actor elegido no es otro que el
mortecino y, ya de por sí vampírico, Robert Pattinson. ¿De verdad se pretende
que el espectador empatize con un tipo tan desagradable y mezquino cono el protagonista
de esta película? ¿O con sus ridículas y contradictorias reflexiones? En fin… Desaconsejable
para todas aquellas personas que no se dejan engatusar por palabras vacías,
pseudo conocimiento y lenguaje gallinejero. Desaconsejable para los lectores de
Hugo von Hofmannsthal y su Carta a Lord
Chandos. Desaconsejable para todos aquellos que se esfuerzan por aprender. Para quitarse el mal sabor de boca, el espectador puede disfrutar de la mucho más compacta Last Night (La última noche).
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