Mediocre, ridícula, una auténtica
fantochada. Siempre se ha dicho que las películas interpretadas por Roger Moore
eran una parodia de la saga Bond. Pero eso se decía porque se comparaban con
las que habían protagonizado Sean Connery y George Lazenby, que eran pulcros
productos de entretenimiento, cine de espías que, sin llegar a los dos rombos,
se consideraba la versión visual oficial de esa literatura para adultos que
producía Sir Ian Fleming. Pues bien, la fase Brosnan es, en general, una degeneración
de los elementos bondianos, aunque
llevados al paroxismo. El problema es que, además, se hace sin gracia, con una
extraña mezcla de elementos light,
horterada pseudo tecnológica y mucha sangre. En este caso, Lee Tamahori no
consigue sacar el alma a una historia ridícula, con unos personajes entre
paródicos, estereotipados y previsibles, unas situaciones absolutamente
fantasmales y unos diálogos simplones como esas técnicas para ligar en el lounge de moda de los nuevos ricos. Una
pena, la verdad. Porque, aparte de mala, aburre. Lo único destacable es la
presencia de Halle Berry. Bueno, y el hecho de que, ya desde los títulos de
crédito, con esa BSO execrable, la película te está avisando de por donde van
los tiros. Licencia para vomitar. Todo lo demás, todo lo malo, no murió otro día:
murió el mismo día del estreno.
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