En 1985, Julio Llamazares publicó
una de las mejores novelas sobre la lucha antifranquista en la inmediata
postguerra rural española, en concreto sobre los maquis: Luna de lobos. Su adaptación cinematográfica, obra de un
desconocido Julio Sánchez Valdés, no fue desafortunada pero tampoco para echar
cohetes. Adolecía de frialdad y de un cierto y paradójico distanciamiento. Casi
lo contrario de lo que ofrece esta producción: una historia emocionante y
cercana sobre una triste realidad, el final de una ilusión, la que suponía
ganar una guerra que ya estaba perdida. De hecho, hay una conmovedora escena en
la que el capitán de un grupo de resistentes expone los motivos de su presencia
en las montañas, con una honradez y una dignidad que no habían aparecido en el
cine español hasta la fecha, como explica José Antonio Vidal Castaño en su La memoria reprimida: historias orales del
maquis. Mario Camus acierta al elaborar su representación del hambre, del
racionamiento, del frío y del aislamiento rural, por un lado, así como del
control de la falange y de las fuerzas vivas pero también de la clandestina y,
a menudo, silenciosa oposición de algunos de los vencidos en la Guerra Incivil,
por el otro. La icónica, y ex Marisol, Pepa Flores pone su hermoso rostro y su sobrio talento a una profesora que acepta una plaza en las montañas Astures con la
secreta misión de reencontrarse con su marido (Antonio Gades), oculto en los
bosques cercanos (del valle de Cabuérniga) tras su paso por la 2ª Guerra
Mundial. En la BSO, temas instrumentales de Ay,
Carmela, una de esas canciones combativas que acompañaron a los camaradas
republicanos durante toda la contienda, y que ha dado nombre a otra de las
mejores obras sobre el periodo histórico en cuestión, el film de Carlos Saura.
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