El rosa no es solamente un color:
es, también, una actitud. Y si agarramos a una estudiante USAmericana y la
becamos para que estudie en una High
School de clase adinerada, tanto el color como la actitud chocan con los
valores de las élites. Hasta que surge el amor y el espíritu de Romeo y Julieta intenta difuminar el muro entre
las clases sociales. Con la excusa de una comedia tonta y chorra, con su happy end preceptivo, la maquinaria de
hacer dinero de Tinseltown aprovecha
un guión del creador de la comedia marxista adolescente para soltar un leve pero poderoso alegato contra la
desigualdad que provoca el dinero. En realidad, estamos ante una película
diseñada para las enormes masas de clases medias que poblaron los EE.UU. entre los
cincuenta y los noventa y que la Administración Reagan se intentó cargar. Y en
buena medida lo consiguió. A mediados de los ochenta, sin embargo, los
adolescentes iban al cine en manadas y esperaban encontrar productos como este:
nada más que Sugar, Spice and Everything
Nice, como apuntan Gateward y Pomerance. Vista hoy, no deja de ser una más
de entre las teen love stories que
machacaron al espectador femenino durante la ultraconservadora década de los
ochenta. Pero, eso sí, con esas gotitas contraculturales y un poco nerd del gran John Hughes (homenaje al
Huston de Misfits incluido). De
hecho, no es extraño ni una casualidad, sino todo lo contrario, que el padre de
la protagonista (esa perenne Molly Ringwald y sus berrinches) sea nada menos
que Harry Dean Stanton, el mayor secundario que ha dado Hollywood desde los
tiempos de Warren Oates.
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