La inspectora Manni (Assia
Argento), de visita profesional en Florencia, sufre un desvanecimiento en el
Palacio de los Uffici, a partir del cual pierde la memoria y, con ella, su
propia identidad. Pero la recupera rápidamente cuando es atacada por un serialkiller, lo que le lleva a recordar
que estaba en la ciudad para investigar los crímenes de dicho asesino. En 1818,
Henry Bayle, alias Stendhal, quedó
maravillado por la cantidad y calidad del arte que estaba contemplando en
Florencia y sufrió una especie de colapso nervioso. Un colapso que, desde
entones, se conoce como el “síndrome de Stendhal”. Sobre esta anécdota, Argento
elabora una reflexión sobre la atracción del arte, sobre su sublimidad y sobre
las relaciones que el crimen tiene con las bellas artes. Algo que ya había
hecho el gran Thomas de Quincey. Con aciertos parciales indudables (como la
escena en la que la protagonista se reboza en óleo) el film incorpora múltiples
efectos ridículos (como la bala que atraviesa la cara o el dedo en el ojo) y varias
escenas y situaciones que chirrían (como la de “un poco de sexo”). Las
interpretaciones, además, no son especialmente convincentes e, incluso, la BSO,
del gran Morricone, no está particularmente inspirada. La película no tiene ni
la consistencia narrativa, ni el misterio habitual ni la fuerza expresiva y plástica de los grandes logros de su autor. En definitiva, una obra menor del
director romano y, a todas luces, un film
decepcionante.
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