3.5*
El curioso caso de Benjamin Button cuenta la historia de un ser extraordinario que nace con la apariencia física de un anciano y va cumpliendo años y viviendo su vida al revés: es decir, rejuveneciendo constantemente. Para ello, se presentan dos planos narrativos, tal y como hizo Clint Eastwood en
Los puentes de Madison: el de la vida, aventuras y amores del protagonista y el de una mujer joven que narra un diario a su anciana madre, postrada en la cama de un hospital. Inspirándose en un relato de Francis Scott Fitzgerald -que, a su vez, se basa en un comentario de Mark Twain-, el siempre sorprendente David Fincher firma una película inmensamente triste sobre la fugacidad de las cosas y, especialmente, sobre la brevedad de la felicidad, a la que siempre hay que esperar tenaz y pacientemente y que, por eso mismo, es un sentimiento de plenitud pasajera que conviene disfrutar con la ingenuidad de la infancia. Además del
dominio técnico de Fincher, hay que destacar el excelente diseño de producción, el maquillaje y los efectos visuales, que consiguen hacer medianamente creíbles las continuas transformaciones de los personajes. En un mundo como el nuestro es imposible que pueda existir alguien como Benjamin Button y no por el carácter fantástico de la propuesta sino porque sería acosado por la curiosidad anquilosante de la ciencia y nada de lo que -según Fitzgerald y Fincher- vivió, hubiera podido experimentarlo. De hecho, ¿por qué aparece varias veces un colibrí en esta melancólica historia? La
respuesta es evidente: porque es el único pájaro que puede volar hacia
atrás y, curiosamente, ha sido perseguido hasta casi su exterminio total simplemente para la confección de prendas femeninas.