Sucia, embarrada
y arbitraria reactualización de varios clásicos del Spaghetti, especialmente de Por un puñado de dólares y, sobre todo, de Django,
con el típico rambling man
interpretado por Franco Nero aunque, esta vez, con más energía y vello que
nunca. Enzo G. Castellari, dándose cuenta de que no se podía estirar más el Euro Western (hablamos de 1976), apostó
por lo que Carlos Aguilar ha llamado la brutalización del género, añadiéndole un malsano nihilismo. Y, al mismo tiempo, apuesta por el sinsentido narrativo, de un
argumento plagiado hasta la saciedad, pero que, en este caso, se mueve entre flashbacks y recuerdos alucinados. Sin embargo,
aún habriamos de contar con otros epílogos de parecida ralea, como Mannaja (El valle de la muerte), de Sergio Martino. En el terreno cinematográfico, junto a constantes
homenajes al estilo de Peckinpah, Castellari ofrece varios sofisticados pero
gratuitos movimientos de cámara (como ese travelling
interminable alrededor de una conversación), inusitados encuadres y un montaje
abrupto. Y aquí está una de las pocas virtudes del film: la creatividad visual,
patente en 2 o 3 escenas que sorprenden por su imaginativa bizarría (el ejemplo
sería la escena en la que se identifican 4 balas con 4 dedos y éstos con 4 víctimas). La BSO,
de los hermanos De Angelis, acierta en la letra pero no en el tono, ofreciendo
una partitura que aunque no tropiece con la imagen, sí acaba rechinando por sus
constantes efectos turbadores, como en el cuarto final, con los gritos de un
parto de fondo. Por cierto, de tan bien que salió la jugada, el subgénero tuvo
que ser enterrado.
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