El cine de SciFi USAmericano de los años cincuenta,
aunque no fuese bueno, tenía una indudable virtud: su concisión. Es decir, las
historias se desarrollaban en torno a los 90’ pero había muchas que rondaban
los 60’-70’. Por tanto, por muy peregrinas o bizarras que fueran sus historias,
no concedían tiempo al aburrimiento. Cuando los mundos chocan, de 1951, es una de estas creaciones. Un equipo de
científicos descubre que un nuevo planeta va a pasar cerca de la Tierra y que,
con la cercanía y potencia de su atracción, va a producir todo tipo de desastres.
Pero ahí no acaba su descubrimiento porque revelan que, además, un segundo
astro va a chocar directamente contra nuestro devastado planeta, acabando con
todo rastro de vida y, por tanto, con nuestra civilización. Por ello, se
embarcan en una difícil y contrarelojera
misión: construir una nave que pueda poner a salvo a un selecto grupo de
humanos y animales en un nuevo planeta. Una idea propia de una sociedad
optimista e industrial. Una idea que casa muy bien con una sociedad que acababa
de salir de la Segunda Guerra Mundial con el dominio mundial en sus manor. Y
una idea que, por otro lado, no encaja con el nihilismo pesimista y generalizado
de la actualidad. De hecho, es una idea que ni se plantea el infeliz Lars von
Trier en su endeble reflexión estético-apocalíptica. Rudolph Maté, el director
de la excelente Con las horas contadas,
rueda uno de los primeros clásicos del género catastrofista, muchos años antes
de Armageddon, El día de mañana o Deep
Impact. Y lo hace con la solvencia narrativa y los ajustados medios
técnicos propios de la época, aunque con un resultado más que loable y un espíritu final absolutamente resplandeciente. A la producción, el inquieto George Pal, que
quería rodar una secuela titulada After
Worlds Collide.
No hay comentarios:
Publicar un comentario