En principio, no debería resultar difícil adaptar el mundo literario de Carver al cine, teniendo en cuenta su naturaleza visual, su
concición narrativa y su gran sensibilidad para los diálogos. La prosa de
Carver es la BSO perfecta para los cuadros de Edward Hooper. Sin embargo, la
adaptación cinematográfica de sus cuentos requiere una dirección meticulosa, un
montaje atento y un control del tempo
rítmico al alcance de muy pocos. Eso es lo que propone Robert Altman en este
mosaico contemporáneo de la vida urbana en Los Angeles, una especie de lado
oscuro del sueño americano, con la gente anclada a sus miserias, a sus
frustraciones y a sus procesos vitales,
como diría Charles Bukowski. Por otro lado, sin embargo, tanto la técnica
cinematográfica como la narración resultan bastante convencionales. Aproximadamente,
los primeros 30’ están dedicados a la presentación de los personajes (inicio);
las siguientes dos horas desarrollan un buen puñado de dramas ordinarios que se
entrecruzan (nudo); y la última media hora se centra en el desenlace de casi
todas las tramas abiertas en las dos partes anteriores (final). Altman, por su
parte, espolvorea una fina capa de sarcasmo por toda la narración, como si
quisiera esconder, desde los títulos de crédito hasta el final, el componente
trágico de la vida que retrata. El reparto, coral y heterogéneo (como los
mismos personajes), resulta adecuado a la variada fenomenología de caracteres
que pululan por la película, aunque no sería injusto destacar el trabajo de TomWaits, Madeleine Stowe y Jack Lemon, entre otros. Para finalizar, Altman casi
inaugura todo un filón del cine moderno: las películas caleidoscópicas, el cine
poliédrico, las tramas cruzadas (como en Crash,
Abajo el telón, 21 gramos o Magnolia, por
ejemplo, aunque en ésta última, además, Anderson se somete a la regla clásica de las 24 horas).
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