La segunda película del director de Hipo, György Pálfi, un artista hungaro fuertemente influenciado por
la plástica bizarra tipo David Lynch y por el surrealismo balcánico tipo
Kusturica. Taxidermia es un puzzle
formado por grandes 3 piezas: 3 historias generacionales (abuelo, padre e hijo),
que ocupan un tercio del metraje cada una y que, a su vez, conforman una
extraña combinación de realismo y fantasía, reflexiones metafísicas y
escatología, lucided y absurdo, situaciones cotidianas y momentos
extraordinarios, todo ello rodeado de constantes metáforas sobre el sexo y la
creación. Aunque al final, parte de su significado se concentra en tres alegorías sobre la naturaleza y función de la Hungría reciente. Pálfi se esfuerza en desarrollar una
imagineria visual a la altura del delirio del planteamiento pero,
salvo algún momento puntual, no termina de destacar en este terreno. Y es que su
estética no llega al nivel de barroquismo desquiciado de buena parte del cine de
Jeunet y Caro o de Terry Gilliam, con los que comparte, sin embargo, similares
intenciones creativas. Además, la película abusa del uso de las vísceras,
animales y humanas, con lo cual su significado termina por confundirse entre la
sangre y la carne, entre el delirio y lo grotesco, al contrario que las mejores páginas de Rabelais, autor con el que Pálfi comparte excesos y obsesiones. Complementan el planteamiento ciertas repeticiones, movimientos
de cámara imprevisibles y una acusada arritmia narrativa. Por último, una duda
existencial ¿por qué a muchos directores que van de originales les da por
filmar el descuartizamiento de un animal?
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