Una de las películas más noir de todo el género negro USAmericano
de los cuarenta y cincuenta, rodada con un nervio envidiable y con una
depravación sorprendente por un Joseph Lewis casi irreconocible detrás de la
cámara. Un Joseph Lewis que desde Relato
criminal y El demonio de las armas no
había vuelto a demostrar su enorme talento en este género. De hecho, tanto en
la denuncia de la corrupción como en la descripción de diferentes y turbios
negocios; tanto en la presentación de unos personajes obsesivos y pasionales
como en la escritura de los diálogos, repletos de sucios y perversos matices;
tanto en la explicitación de la violencia como en el uso de la elipsis, Lewis
desciende al submundo torturado y fetichista de las alcantarillas para
contarnos, a partir de allí, el origen desde donde se levantan muchos de los
imperios económicos, en este caso el del Señor Brown (Richard Conte). Además de
las irrefutables composiciones del propio Conte, Jean Wallace y Cornel Wilde, y
de un buen puñado de magníficas escenas, planificadas al detalle y rodadas con
mucha imaginación, el film ofrece una
excelente fotografía de John Alton, abosolutamente desquicidada en sus
contrastes de luz y sombras y en su oblicua —y, por tanto, expresionista— estructura.
Por cierto, los personajes de Lee Van Cleef y Earl Holliman, los dos matones de
Mr. Brown, llamados Fante y Mingo, son de una originalidad y una solidez
aplastantes, como el resto de personajes, por cierto.
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