John W. Burns es un vaquero que
gana unos dólares cuidando vacas aquí y allá. Al enterarse de que un amigo suyo
ha sido encarcelado en un polvoriento pueblo de Nuevo México, por ayudar a unos
espaldas mojadas, decide acercarse a echarle una mano. Sin embargo, no consigue
convencer a su amigo para que se fugue de la cárcel con él por lo que debe huir
de la policía del condado. El sheriff
(Walter Mathau) comenzará a perseguirle y, poco a poco, se transformará en una
cacería. David Miller firma uno de sus mejores trabajos como director, con una
dirección solvente y sobria aunque no exenta de personalidad, con una
grandísima interpretación del trío protagonista (los mencionados más una
jovencísima y magnífica Gena Rowlands), un guión elegante y áspero de Dalton Trumbo y, por último, una magnífica BSO de Jerry Goldsmith, en uno de sus
primeros scores para el cine. Además,
el semi olvidado Philip Lathrop borda su trabajo con la cámara, fotografiando
espléndidamente tanto los interiores como los espacios abiertos. Una película
que comienza con humor (lo que recuerda a Cactus Jack) pero que, tras los créditos, se vuelve indómita porque refleja las
dificultades de adaptación a la vida moderna de una parte del pueblo
USAmericano. Finalmente, el film
guarda similitudes con Vidas rebeldes,
estrenada solo un año antes, aunque su planteamiento es más radical que la
crepuscular Junior Bonner y que La pradera sin ley. En este sentido, el
argumento contrasta la vida tradicional, basada en una concepción profesional
del trabajo y la fidelidad, con el convencionalismo de la vida modena, absurda,
mediocre y despersonalizada. Lo más curioso del film es que tiene algunas de las semillas cinematográficas que
luego germinarían en obras como Acorralado,
del gran Ted Kotcheff. Por su parte, Kirk Douglas despierta todas las simpatías
con un personaje hecho a medida de su enorme personalidad y carisma.
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